miciudadreal - 20 mayo, 2016 – 11:35
Muchas ligas contra la inmoralidad se constituyeron tras el golpe militar de septiembre de 1923, al rebufo de declaraciones de Primo de Rivera como la que afirmaba, siguiendo otras de Mussolini en Roma, que la raíz del mal estaba en la “libertad para el error”. Durante la Primera Dictadura arreciaron las campañas y encontraron en el quiosco de prensa el enemigo a batir, con el apoyo decidido de las autoridades y de la Iglesia:
“El kiosco es, indiscutiblemente, el agente más poderoso, la canalización sistemáticamente industrializada por donde discurre y se extiende el contagio de la pornografía, que de otra manera hallaría vedada la entrada en todos los hogares que conservan el sentimiento del pudor” (Luz y Sombras, Barcelona, 16.3.1924).
En dichas asociaciones, en línea con el pensamiento eclesiástico, se consideraba pornografía a un conjunto de cosas muy variadas. Se hablaba y escribía de invasión de cieno, de lacra social, de pereza enervante, de un monstruo que aniquila al pueblo, de sed impaciente de placeres, de diabólicas excitaciones al placer, de corrupción de costumbres, de películas que despiertan pasiones abominables, de excitación al vicio por medio de impresos y espectáculos… Y se concretaba en la propaganda pornográfica, con novelas cortas y largas, con el daño que hacían en la sociedad editoriales diversas, principalmente de Madrid y Barcelona, mediante bibliotecas eróticas y revistas obscenas, con textos de perversión tanto física como moral que contribuían a la corrupción general. También se aludía a las importantes tiradas que tenían, a la exhibición de portadas y de anuncios por diversos medios.
Estos productos eran calificados muchas veces como “engendros satánicos”, que primero mataban la fe, después relajaban los sentimientos, rompían los frenos del deber, destruían el valor del espíritu de sacrificio y el hábito de trabajo, quebrantaban los centros nerviosos, trastornaban el aparato circulatorio, creaban neurópatas y eran puerta para la locura (Revista Católica de Cuestiones Sociales, Madrid, mayo de 1927). Aunque el objetivo declarado era el “cuidado” de la moralidad pública, la verdadera finalidad se fijaba en la moralidad privada, es decir, la lucha contra la indiferencia religiosa y la “laxitud” de las conciencias. Y todo el proceso iba encaminado a sustituir una moral universal y laica, que la conquista del cuerpo estaba propiciando, por otra católica.
Todo el ambiente de los primeros años de dictadura cristalizó en la celebración de la primera asamblea de las ligas contra la pública inmoralidad, celebrada en Madrid los días 9 a 11 de noviembre de 1927, promovida por la Liga de Madrid. Entre las conclusiones destacaba la tremenda petición de que los miembros de las ligas recibieran la consideración de agentes de la autoridad y que pudieran intervenir en quioscos y librerías, además de la clausura de las editoriales dedicadas a la impresión de libros y periódicos pornográficos.
La asamblea tuvo gran repercusión en la prensa y se intensificaron las actividades contra “la inmoralidad”. La Dirección General de Seguridad, ante las peticiones reiteradas, concedió el uso de un carné de identidad a los miembros de las ligas y dictó órdenes para que los agentes dependientes de la Dirección les ayudaran en la recogida de obras consideradas obscenas. En 1929, por ese sistema, fueron recogidas, según fuentes oficiales, más de ochenta mil publicaciones. Las denuncias procedentes de las ligas fueron continuas, tanto de la última página de El Liberal con sus “contactos”, convertida en “verdadera lonja pornográfica”, según se afirmaba, como folletos con temas sexuales, pasando por películas, como El último varón sobre la tierra, venta de libros considerados perniciosos en las estaciones de ferrocarril, revistas inmorales, obras de teatro, etcétera, etcétera.
Pero no siempre conseguían sus objetivos por la vía legal. Los liguistas lanzaron quejas frecuentes ante la exhibición y venta en quioscos y puestos de periódicos de las revistas Cosquillas y Muchas Gracias, especialmente en el punto de mira de los miembros de la Liga. Recogieron muchos ejemplares pero al estar visadas por la censura del Gobierno Civil no se pudo impedir su venta por lo que tuvieron que limitar su actuación a denunciarlas frecuentemente al Fiscal.
No obstante, la actitud intimidatoria de los miembros de las ligas tuvo sus efectos, al igual que las constantes denuncias, pues más de ochenta condenas fueron dictadas en el año 1929. Se señalaban concretamente, con la calificación de desaprensivas, una serie de editoriales y revistas. Se pueden recordar publicaciones extranjeras, como Eros, Le Jornal Amousant, París Plaisiers, Sans Céne, Le Souvire y La Vie Parisienne. También españolas, como las novelas De noche y de amor, El libro galante, Exquisita, Fru-Fru, Pasional o Picaresca, o las revistas Cosquillas, Guindilla y, sobre todo, Muchas Gracias, estupenda realización del escritor hellinero Artemio Precioso.
Isidro Sánchez
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