miciudadreal - 27 marzo, 2020 – 08:57
La gripe también se extiende por la provincia de Ciudad Real, donde hay generalmente deficientes condiciones sanitarias e higiénicas.
Pues bien, en el tomo III (Fatalidad y porvenir 1913-1937) hay una carta dirigida a Manuel Bartolomé Cossío con fecha 1 de noviembre de 1918. Castillejo describe así la situación en Villar del Pozo: “El pueblo todo infestado, sin médico, medicinas ni alimentos. Calandre y yo hemos visitado a los enfermos más graves, con complicaciones de erisipela y bronco-neumonía. Yo ando de casa en casa repartiendo leche, aspirina, desinfectantes, etc. Suciedad y miseria, como en aduares de nómadas; ausencia de toda tutela central y de toda iniciativa local (…) Casas con ocho enfermos en la cama, en una habitación!”.
La epidemia de gripe se lleva por delante en la provincia de Ciudad Real a 2.269 personas, 5,32 por mil habitantes, cifra que incide de manera significativa en el total de defunciones. Su población es de 425.729 habitantes y durante 1918 hay 15.897 nacimientos (37,34 por mil habitantes) y 14.664 defunciones (34,44 por mil habitantes). Respecto a los años anteriores la cifra de muertos es mucho mayor, no así la de matrimonios, 3.260 (7,66 por mil habitantes). Pero, además, el número de muertes sigue con gran presencia en los menores de cinco años, 6.191 (42,21 por ciento), frente a los 8.473 de cinco y más (57,78 por ciento).
En Ciudad Real capital, con 17.321 habitantes, mueren por gripe durante 1918 un total de 113 personas, 6,52 por mil habitantes, más de un punto superior que en la provincia. Hay registrados en 1918 un total de 557 nacimientos (32,16 por mil habitantes) y 909 defunciones (52,48 por mil habitantes), 314 (34,54 por ciento) menores de 5 años y 595 (65,45 por ciento de 5 y más). Como puede observarse, las defunciones son más que los nacimientos. Sin embargo, el número de matrimonios, 136 (7,85 por mil habitantes), está al nivel de la provincia.
Veamos como ejemplo de medidas ante la epidemia lo que dicen las autoridades sanitarias madrileñas a fines de mayo (La Época, Madrid, 27-5-1918). La enfermedad es de naturaleza gripal y no puede atribuirse a contaminación de las aguas de que se abastece Madrid, ni a remoción de las tierras del subsuelo, con motivo de las obras del Metropolitano, ni otras similares.
El germen de la dolencia pulula en el aire y está en cantidad y calidad proporcional a la naturaleza de este aire. La enfermedad tiene gran poder difusivo y poca virulencia el microorganismo que la origina y la propaga. Esto es, sin duda, una razón para que no se alarme el vecindario, sin que por ello deje de recomendarse el mayor cuidado en el régimen higiénico y dietético de los enfermos y personas que les atienden.
Para atajar su desarrollo conviene alimentación sana en todos sentidos. Aquí se deduce que a las autoridades municipales y a los particulares les conviene atender a la pureza de alimentos y aguas; no porque puedan ser unos u otros portadores del germen, sino porque interesa como base de la salud el normal funcionamiento de todos los aparatos, principalmente del gastrointestinal.
Es de primordial necesidad el buen funcionamiento del aparato respiratorio. De aquí la conveniencia de no respirar el aire de atmósferas confinadas en cafés, tabernas, espectáculos públicos, casinos y otros sitios de aglomeración. Mientras dure la etapa morbosa, hay que cultivar la oxigenación del pulmón con mayor interés que en circunstancias normales. Son convenientes paseos al aire libre, mejor en el campo, y soleamiento del organismo: oxígeno y luz son desinfectantes por excelencia del pulmón y de la piel.
También es necesario extremar la limpieza de ropas y utensilios en contacto con los enfermos, así como las de las personas que con ellos se relacionan, para disminuir las probabilidades da una contaminación. Para completar el anterior objeto, conviene renovar el aire de las habitaciones que ocupen y se procurará estén siempre discretamente ventiladas y a ser posible soleadas. Y aislar a los sanos de los enfermos, para evitar principalmente a los primeros que respiren las atmósferas en que viven los segundos.
Isidro Sánchez
Desde el revés de la inopia
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