miciudadreal - 14 abril, 2017 – 11:35
Estamos, como cada año, en la llamada Semana Santa. Con ella muchos fieles salen a las calles para ver o colaborar en procesiones. Otras personas, llenas de emociones estéticas, jalonan sus recorridos. Los capillitas, que hacen girar su vida alrededor de la Semana Santa, tienen por fin sus días de esplendor. Nazarenos, penitentes, costaleros, turistas, autoridades, políticos, fieles y curiosos invaden el centro de nuestras ciudades para contemplar las procesiones o participar en ellas.
Ya se sabe que durante los años sesenta del siglo pasado se producen transformaciones notables en el mundo. La Iglesia no es ajena a ellas y desarrolla el Concilio Vaticano II (1962-1965), que produce cambios importantes en la Institución para intentar superar prácticas que deslucen el sentido verdadero de la fe. La Semana Santa se ve muy afectada y en 1967 empiezan modificaciones significativas en las celebraciones, aunque en España el ambiente asfixiante de la dictadura impedirá su pronta implantación.
Hoy perdura en la Fiesta el sentimiento de los que se sienten verdaderamente católicos, el centro de la conmemoración: pasión, muerte y resurrección de Cristo. El fervor de las cofradías con sus túnicas y capirotes, las saetas, las torrijas y las famosas monas de Pascua. Y también que muchas mujeres se ponen el vestido especial, con o sin mantilla, y las mejores joyas, como en bautizos, bodas o Corpus.
Todo lo demás es hoy muy diferente. En la Semana Santa de hace cincuenta años el mundo católico todavía tiene que abstenerse de comer carne el miércoles de ceniza y cuando lo manda la Santa Madre Iglesia. Con la complicidad de autoridades civiles y militares, no se puede comer ningún viernes del año ni durante la Cuaresma. Desobedecer es pecado mortal. No obstante, aquellas personas que adquieren la denominada Bula de la Santa Cruzada, reminiscencia de la época de las Cruzadas cristianas contra el Islam, solo tienen que hacer vigilia los viernes de Cuaresma. Claro, los pudientes compran sus bulas y salvan el escollo. Sin embargo, los más pobres tienen que conformarse con ingerir alimentos básicos al no poder adquirirla. Comen pan, verduras, legumbres o bacalao. La carne está prohibida, incluso de los animales que crían en sus corrales, como conejos, gallinas, pavos o productos de matanzas caseras.
Los creyentes tienen que hacer el precepto pascual, es decir, “confesar y comulgar por Pascua florida”. Se recibe entonces una cédula de cumplimiento que es necesario depositar en una bandeja en el momento de la Comunión. Sobre todo en muchos pueblos el cura anota en una lista las personas que formalizan la norma y las que no lo hacen. En los templos se cubren imágenes y retablos para dar sensación de penitencia, recogimiento y sobriedad. En las calles el ruido de tambores y trompetas, que acompaña a imágenes sangrantes con expresiones de terror y rostros de dolor, lo invade todo.
Incluso la vida cotidiana está dominada por la presencia de la Semana Santa. Los niños, por ejemplo, no pueden correr, jugar o gritar; cines, bailes, teatros y bares cierran; se interrumpe la música habitual de la radio y sólo se emite música religiosa; el cine no puede verse en televisión, salvo películas bíblicas; en algunas casas el televisor se cubre con un paño negro; como hay luto no se pueden hacer fiestas o beber alcohol; el ambiente llega hasta las alcobas pues la sexualidad no se permite en esos días… O sea, se establece, por obligación, un forzado ambiente de sacralidad.
Con el domingo de Resurrección llega para los católicos el día más importante, el centro de la fiesta, pues con la resurrección de Jesús adquiere sentido toda su religión. Pero para otros termina la pesadilla de una semana en la que casi todo está prohibido, en la que la Iglesia impone a los españoles, con la ayuda inestimable de las administraciones franquistas, su modo de ver la vida, de sentir la religión. La obra Resucitado, del escultor de Ciudad Real Joaquín García Donaire, realizada a fines de los cincuenta, y la fotografía de Eduardo Matos Barrio, que acompaña a este artículo, son un símbolo de aquella Semana Santa impuesta.
Como muestra de la actitud de las autoridades ante la Semana Santa se puede recordar la cuestación celebrada el 12 de marzo de 1967, domingo de Pasión, descrita en el diario Lanza (11.3.1967) en primera página. Patrocina y preside la esposa el gobernador civil, se instalan mesas petitorias en diversos lugares del centro de Ciudad Real, presididas por las señoras de las primeras autoridades y parejas de señoritas colaboran al mayor éxito de la postulación, “que se destina a sufragar los elevados gastos de nuestras procesiones de Semana Santa”.
O el ordeno y mando, todavía en 1967, del entonces teniente general Camilo Alonso Vega –militar africanista, golpista y responsable de los campos de concentración en la posguerra–. En una nota hecha pública por el Gobierno Civil de Ciudad Real el 21 de marzo (Lanza, 22.3.1967) establece lo siguiente: “De orden del Excmo. señor ministro de la Gobernación, se recuerda la advertencia determinante de que desde las doce horas del Jueves día 23 del actual hasta la una hora del Domingo de Resurrección día 26, deberán suspenderse los espectáculos públicos, sin más excepción que los conciertos sacros, representaciones teatrales o cinematográficas de carácter eminentemente religioso u otros actos de índole análoga. Lo que se hace público a los efectos reglamentarios”.
Isidro Sánchez
Desde el revés de la inopia
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