viernes, 15 de febrero de 2019

San patrás y los nostálgicos

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- 15 febrero, 2019 – 09:16

A veces se utiliza la expresión “Ir más de culo que san patrás” para significar actitud retrógrada, retroceso o empeoramiento en algún aspecto de la vida. En uno de los artículos del periodista tomellosero Paco Rosado calificaba de “sanpatrás” a la oposición del Partido Popular, lo que me parece todo un hallazgo.

Terminaba así: “Y, para finalizar, recomiendan, rueda de prensa sí y rueda de prensa también, que 'cuidadín' con tocar la economía heredada de 'sanpatrás-jefa' que, como bien se sabe, ha consistido en doblar la deuda –de 6.000 millones a 12.000– mientras se entretenían a despedir miles de maestros, sanitarios y funcionarios; a cerrar escuelas, privatizar servicios y a dejar la sanidad temblando” (Cuadernosmanchegos.com, 5.9.2015). Cuando Cospedal perdió el poder en la región, sus huestes se manifestaron en tromba contra el susanista Page, acusándole de encabezar un pacto de perdedores y vaticinando todos los males del mundo.
RAE
Pero no es nuevo. Para el PP en la oposición todo está mal, mal, mal, mal, mal, mal… Es igual que se trate de temas del día a día o asuntos de Estado. Además, muchas veces intenta volver a tiempos pasados. Es decir, son expertos en aquello de san patrás. La semana pasada ha sido de aúpa. La Brigada mediática patriótico-borbónica, cuya estrategia se basa en la mentira, ha preparado el terreno y ha servido de gran caja de resonancia a los partidos de las tres derechas para calentar el ambiente y preparar la convocatoria “Por una España unida ¡Elecciones ya!”.
Se trataba de lo siguiente: condenar a la antiespaña separatista y golpista; exigir la marcha del felón Pedro Sánchez; pedir la defenestración del traidor a España y a los españoles bien nacidos; demandar la detención inmediata de los líderes independentistas en libertad y aplicar de forma urgente el 155; denunciar el peligro para la unidad de España, que Franco encargó preservar a toda costa; y pedir el adelanto electoral, que tanto repiten los del tripartito derechista. Todo en medio de una especie de emergencia nacional y un zafarrancho de banderas borbónicas desplegadas al viento. Y ante la trágica situación que vivimos, según Rivera, Casado y Abascal, al patriótico llamamiento de Colón acuden 45.000 personas. El ridículo ha sido monumental, el esperpento descomunal. La derecha sociológica ha hecho caso omiso de la convocatoria de la derecha demagógica y populista.

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Sobre todo Pablo Casado se ha puesto las botas en insultos a Pedro Sánchez: desleal, felón, incapaz, ilegítimo, incompetente, irresponsable, mediocre, mentiroso compulsivo, okupa, traidor… Menos guapo, le ha llamado de todo. Este es el nivel y esta es la preocupante regresión política protagonizada por derecha y ultraderecha, en la que vale todo, deslegitimación, insulto, mentira o tergiversación.
Veamos dos ejemplos cercanos. García Page dice ante los medios el pasado 7 de febrero que no termina de entender nada y continúa de esta forma: “lo que sí les puedo decir es que voy a solicitar que se reúna el Consejo Territorial del Partido Socialista, porque tengo muchas ganas de decir lo que pienso con claridad y que en esto hablemos todos, porque cuando se habla de España decidimos todos los españoles y todas las españolas”. El político, que iba a marcharse si ganaba las primarias Pedro Sánchez, mostraba su disconformidad con el presidente del Gobierno en la cuestión del relator. Pues bien, Francisco Núñez, líder del PP de Castilla-La Mancha, se refería así a las palabras de Page: “Es que es muy grave, como castellano-manchego, escuchar a nuestro presidente de Castilla-La Mancha, el socialista Emiliano García Page, ofrecerse como testigo para mediar en esta reunión que quiere Sánchez propiciar entre el Estado español y el independentismo catalán”. En estas declaraciones encontramos el tipo de san patrás mentiroso.
Otra muestra, en este caso de Carolina Agudo, secretaria general del PP de Castilla-La Mancha. Ni corta ni perezosa declara el 11 de febrero ante los medios que es preciso adoptar medidas “valientes y decididas” para evitar que los pueblos “se mueran”, y habla sin sonrojo de que hay que volver a la Ley del aborto de 1985, como “apuesta para acabar con la despoblación”. En este caso estamos ante la línea más retrógrada san patrás.
Pero Pedro Sánchez, además de la derecha san patrás, tiene que vérselas con la derecha apuñaladora y nostálgica de su partido. Las figuras más representativas, pero hay muchas más, son Susana Díaz y Pacheco, Guillermo Fernández Vara, Emiliano García-Page Sánchez, Felipe González Márquez, Alfonso Guerra González o Francisco Javier Lambán Montañés. Le ayudan todo lo que pueden, pero a despeñarse, pues no le perdonan su triunfo en las primarias. Unos, los que están en ejercicio, forman parte de la categoría de apuñaladores y tratan de defender a su modo una posición política. Los nostálgicos, encabezados por González y Guerra, siguen agarrados a la añoranza y ponen todas las zancadillas que pueden para conseguir la defenestración de un díscolo Pedro Sánchez. Del capitalista-socialista González hablaré otro día. Hoy centraré la atención en el otrora líder de los descamisados, palabra que el político tomó prestada del peronismo.

1993
En la presentación de su libro el pasado 6 de febrero se mostró tal cual es. Carlos Prieto (elconfidencial.com, 9.2.2019) lo describía así: “No es raro, por tanto, que el personaje de la semana haya sido Alfonso Guerra, convertido en sofisticado dirigente que abandona su retiro espiritual para salvar a España del desastre en un último servicio a la patria (y ya de paso, vender su último libro: La España en la que creo). Del Guerra fustigador de la derecha ha pasado con el transcurso del tiempo a paladín de esa derecha, algunos de cuyos representantes políticos y mediáticos le aplauden a rabiar. La mala leche del dardo a Sánchez es propia de Guerra: “Este libro lo ha escrito el autor. Cosa que parece algo… Que hay muchos que escriben y otros que ponen el nombre en la solapa, bueno... Este está escrito por el autor. Será todo lo malo que quieran, pero es mío”.
A mí hoy el personaje, y es sólo una opinión, me parece patético. Para los más jóvenes es preciso recordar que Guerra fue diputado por Sevilla en once legislaturas, o sea, la constituyente y las diez transcurridas desde el año 1977 hasta que causó baja el 14 de enero de 2015, cerca de cuarenta años. Fue número dos del PSOE y vicepresidente del Gobierno de Felipe González desde diciembre de 1982 hasta enero de 1991, cuando tuvo que dimitir salpicado por un escándalo de corrupción y tráfico de influencias en que estuvo implicado su hermano Juan.
Recordemos también el retrato que hacía de Guerra el escritor Jorge Semprún, ministro de cultura y compañero del político andaluz en el Consejo de ministros, en su libro Federico Sánchez se despide de ustedes (1993): “La vanidad infantil y desenfrenada de Guerra, la desmesura de su megalomanía, los constantes retoques, neuróticos, que añade a su historia familiar –atribuyéndose, por ejemplo, éxitos escolares y títulos universitarios que nunca obtuvo– sólo se explican por una patética veleidad de borrar o de compensar los efectos de algún antiguo dolor: alguna herida narcisista. En el plano estrictamente político, esto se traduce en el hecho de que Guerra habrá sido un hombre de resentimiento: sin duda es su manera de imaginarse, con escapismo infantil, ser de izquierdas”.
Si Semprún pintaba de esa forma al parlamentario cuarentón (diputado durante cuarenta años), su opinión sobre el guerrismo, que tuvo un poder impresionante en España durante lustros, no es moco de pavo. Identificaba al “aparato guerrista” con un discurso populista de izquierdas, que “permitía adornar y ocultar una práctica autoritaria y clientelar, desprovista de principios estratégicos y éticos, pero suministradora de puestos y de prebendas”.
Con esos adversarios políticos y con esos “compañeros” de partido tiene que vérselas un presidente que pretendía dialogar para intentar solucionar problemas. Pero el resultado es que entre todos proporcionan un deplorable espectáculo político, lejos del arte de la negociación y de la práctica del diálogo, alejados de la convivencia colectiva y de la tendencia hacia el bien común.

Isidro Sánchez

Desde el revés de la inopia

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