miciudadreal - 5 julio, 2019 – 09:31
La Transición, como se sabe, no fue resultado de una ruptura con la dictadura franquista. Fuerzas políticas, económicas y mediáticas procedentes del régimen anterior pilotaron una modificación intensa y una apertura significativa para convertirlo en un Estado democrático pero conservando en muchos de sus aparatos (incluyendo el mundo militar, las llamadas fuerzas de seguridad y la judicatura) una cultura franquista represiva. Sin olvidar la complicidad de una Iglesia católica que había nombrado a Franco “Caudillo por la gracias de Dios” y amparaba al generalísimo bajo palio, como al Santísimo Sacramento, a las primeras de cambio.
Durante el caluroso verano que vivimos se cumplen cuarenta años del rodaje en escenarios reales de El crimen de Cuenca, película en la que se tratan hechos verídicos. En concreto, la detención de Gregorio Valero Contreras y León Sánchez Gascón, amigos y vecinos de Osa de La Vega (Cuenca), como autores de la muerte de José María Grimaldos López, pastor y compañero de los anteriores. Confiesan el crimen tras ser sometidos a intensas torturas por parte de la Guardia Civil, son juzgados en 1918 en la Audiencia Provincial de Cuenca y condenados a dieciocho años de cárcel. El escándalo nacional estalla cuando Grimaldos, tras varios años viviendo en otra población, aparece con vida. Es el conocido como error judicial de Osa de la Vega o Caso Grimaldos, el “muerto resucitado”, según titular del diario El Sol.
Aquel año de 1979 saltan a la prensa varios casos de tortura y la película atrae la atención de poderosos sectores, lo que hace que filme y directora tengan un difícil camino y azarosas circunstancias. De hecho, Pilar Miró tiene que afrontar una delicada situación rodeada de cierta soledad y el Gobierno de Adolfo Suárez, conocedor del ruido de sables, pone todos los impedimentos que puede para evitar el estreno. Pero es preciso indicar al evocar la película que todavía hoy, al amparo de la Ley Mordaza, se persiguen expresiones artísticas, se censuran libros o se producen condenas por tuitear. Es decir, se da vía libre a la tendencia represiva franquista que no ha desaparecido del todo pues presta alas a la subjetividad y a la arbitrariedad de la Administración.
Cuenta Alfonso Guerra que durante el golpe militar de 1981 se acordaba de su hijo, que acababa de cumplir diecisiete meses, y por asociación de Pilar Miró, ingresada entonces en un hospital para dar a luz. El político afirma que sintió pena por ella pues estaba sometida a un consejo de guerra por su película El crimen de Cuenca: “Irán a la clínica y... Me produjo inquietud, malestar y tristeza pensar en las posibles actuaciones de los militares rebeldes en relación con una indefensa Pilar” (Cuando el tiempo nos alcanza - Memorias 1940-1982, 2004). Hay que recordar que Pilar Miró estaba en la lista de las personas a eliminar.
Isidro Sánchez
Desde el revés de la inopia
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