viernes, 25 de septiembre de 2015

La guerra

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- 26 septiembre, 2015 – 08:53

Los acontecimientos vividos en este nuevo siglo XXI llevan al convencimiento de que no ha llegado el fin de la barbarie sino una repetición cada vez más sofisticada de la misma, como afirma la psicoanalista Belja Rubin.


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Por desgracia no estamos ante un final, sólo ante “un nuevo comienzo acompañado por un concepto diferente de hombre, de guerra, de humanidad, de trauma y de síntoma” (Bejla Rubin de Goldman: Nuevos nombres del trauma. Totalitarismo, shoah, globalización, fundamentalismo. Buenos Aires, 2003). El nacimiento en Alemania y su vida en Argentina marcan la trayectoria vital de la autora al reflexionar sobre el trauma, la devastación, la catástrofe, la shoah, que tanto marcaron el siglo XX.
Ahora Europa conoce directamente los estragos de los conflictos bélicos con la llegada de refugiados procedentes de diversos países. Y es necesario recordar que su origen está en la cruel distribución de la riqueza generada por el capitalismo, la guerra y siglos de expolio colonial y neocolonial. Pero el fenómeno no es de ahora, ni mucho menos. Según cifras de ACNUR el número de refugiados no para de aumentar en lo que va de siglo y era a fines de 2014 de casi sesenta millones de personas.

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Pero centrando la atención en el tema de la guerra en el siglo XX es preciso indicar que nunca en la historia de la humanidad se había producido tal barbarie, tanta violencia, tan tremenda exterminación. Nunca habían muerto enormes cantidades de personas como resultado de enfrentamientos bélicos. Tres ejemplos pueden ayudar a entender la cuestión. En la primera Guerra Mundial murieron en torno a ocho millones y medio de militares, aparte de las muertes de civiles. En la segunda Guerra Mundial la cifra se elevó hasta los veinte millones. Y en la Era de la Paz, nombre que suele aplicarse al período histórico abierto en 1946, según recuerda Eduardo Galeano, las guerras han matado al menos a veintidós millones de personas y han expulsado de sus tierras, de sus casas o de sus países a más de cuarenta millones.
Pero aparte de la visión de la guerra como uno de los cuatro jinetes de la Apocalipsis, hay que recordar rotundamente que la guerra es un gran negocio para unos pocos, que lo consiguen gracias al sacrificio, el sufrimiento y la muerte de los más desfavorecidos socialmente. Y a esos señores de la guerra poco les importa el sufrimiento de las personas.
Por eso, es preciso cambiar la percepción que se tiene de la guerra como algo que no nos afecta directamente. Y exigir a los gobernantes posiciones de paz y posiciones de no tolerancia ante los negociantes, que sólo quieren obtener beneficios económicos sin importarles el precio que las personas deben pagar.  Ejemplos como el que propone la ONU son muy significativos: Con el coste de un submarino nuclear, unos 2.400 millones de dólares, se pueden realizar instalaciones para el suministro de agua potable y saneamiento a bajo costo para 48 millones de personas.
Pero las democracias occidentales y EE UU, además de Rusia y China, son los grandes constructores de armamentos de todo tipo, que venden para que las guerras se perpetúen. Según cálculos publicados en el anuario del SIPRI (2014), Instituto Internacional de Estocolno de Investigación para la Paz, el gasto militar mundial en 2013 fue de 1.747 billones de dólares, “cifra que significa el 2,4 por ciento del producto interior bruto mundial o 248 dólares por persona en el mundo”. Ese tremendo gasto convive de forma vergonzante con hambrunas, mortalidad infantil, enfermedades, es decir, sufrimientos profundos.

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Isidro Sánchez Sánchez

Desde el revés de la inopia

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