miciudadreal - 18 marzo, 2016 – 09:26
La Asamblea Nacional finlandesa, cuando todavía era un ducado dependiente de Rusia, instituyó en 1906 la igualdad, con la aprobación del sufragio universal y la presentación de candidatas a las elecciones. Las finesas fueron así las primeras mujeres europeas en poder votar y ser elegidas. Por eso, en las que se celebraron en 1907, además de la práctica del sufragio universal, resultaron elegidas 19 mujeres.
Es preciso recordar que en España las mujeres no pudieron votar hasta 1933, cuando tras intenso debate fue aprobado ese derecho en el Parlamento republicano, aunque sí pudieron presentarse por vez primera en las elecciones de 1931, cuando resultaron elegidas Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken.
El 6 de diciembre de 1917, poco después de la Revolución bolchevique en Rusia, Finlandia declaró su independencia y en 1918 el país experimentó una breve pero tremenda y amarga guerra civil. Los finlandeses utilizan muchos nombres para referirse a ese conflicto, todos válidos para los historiadores: Guerra civil, Guerra de clases, Guerra entre hermanos, Guerra de la libertad, Rebelión de los minifundistas, Rebelión roja e, incluso, Revolución. Pero a la guerra civil siguió una democracia y a los pocos años, tras los procesos electorales correspondientes, los perdedores estuvieron en el Gobierno.
Eso, evidentemente, no ocurrió en nuestro país pues a la guerra civil siguieron cuarenta años de sangrienta dictadura. Franco fue un asesino, entre otras muchas cosas, un criminal todavía homenajeado en España. Escribía el profesor Vicent Navarro hace unas semanas en ese sentido lo siguiente: “¿Cómo puede España definirse como un país demócrata, cuando tiene un monumento a tal asesino y el Estado supuestamente democrático (que no significó una ruptura, sino una adaptación) no haya hecho nada? ¿Se imagina un monumento a Hitler en Alemania o a Mussolini en Italia? Esta situación debiera ofender a toda persona con sensibilidad democrática, sensibilidad que, a la luz de los hechos, parece muy poco desarrollada en los establishments político-mediáticos de España. Así de claro” (“El enorme coste del olvido histórico”, Público.es, 7-1-2016).
El historiador Paul Preston dice que hubo tras la guerra “un plan de exterminio”. En la opinión del hispanista británico, a diferencia de otras confrontaciones civiles, aquí los vencedores no tuvieron voluntad de reconciliación. “Al contrario, había un plan de exterminio. Solo hay que leer los documentos del general Mola, que proponía eliminar a los que no pensaran como ellos” (El Periódico de Aragón, 12-4-2011).
Cuando en España se deja constancia de los asesinatos cometidos durante la dictadura del general africanista los nostálgicos del franquismo recurren frecuentemente a la guerra con el afán de justificar lo injustificable. Durante la guerra hubo crímenes en ambos bandos, muchos más en el nacionalista o franquista, según han puesto de manifiesto las investigaciones de los últimos lustros, que han echado por tierra la machacona propaganda franquista. Desde luego, en el mundo académico se conocen los crímenes de ambos bandos y se han escrito cientos de libros sobre unos y otros. Pero una cosa los diferencia. En el caso republicano hubo crímenes por desbordamiento, desde abajo, generalmente sin la aprobación del gobierno, que recondujo la situación pasado el verano sangriento de 1936. Sin embargo, en el lado nacionalista los crímenes respondieron a un terror inspirado desde arriba, desde el propio mando, desde el propio gobierno rebelde.
El terror franquista se perpetuó cuarenta años gracias a una “legalidad” que negaba derechos básicos en un Estado de derecho: asociación, expresión y reunión. Además, como indica el historiador Manuel Ortiz (Historia del Presente, nº 3, 2004, pp. 203-220), “La violencia política será exclusiva del Estado pero con ella se incitó a sus bases a una labor de acusación y control de los derrotados. Esta colaboración tácita o abierta de muchos ciudadanos y de las autoridades locales amplió las bases y el consenso del régimen. El franquismo engrosó sus apoyos y extendió por medio de la fuerza la paz pública: es lo que se ha dado en llamar la cultura de la delación. El franquismo pretendió evitar con una feroz persecución la reorganización futura del oponente político. La represión se hizo para el presente y para el futuro. Por eso decimos que la violencia fue un elemento estructural del franquismo. Así, en términos generales, la represión fue mucho más sistemática y mayor en número en los escenarios donde los conflictos sociales habían sido más intensos”.
No hay, por tanto, memoria histórica selectiva. Hay trabajos serios de investigación que tratan la represión republicana y la represión franquista o nacionalista. Pero la guerra terminó en abril de 1939 y la represión continuó al menos hasta 1975, como muestra la viñeta de Le Monde que acompaña a este artículo. Fue, como expresó el escritor Meliano Peraile en una de sus obras, Lo que fuera mejor nunca haber visto. Memorias 1939-1955 (1991). Y eso, algunas personas no quieren verlo.
Isidro Sánchez
Desde el revés de la inopia
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