miciudadreal - 8 abril, 2016 – 08:00
“Voy a tocar un punto muy delicado. Las piedras van a levantarse
contra mí. Voy a ser tenido de la parte mas temible de la Nación, por un
factor encubierto de la impiedad. No lo permita Dios. El sabe que el
celo de su gloria, y el de la Religión, que él mismo se ha dignado
darnos sellada con la sangre de su hijo hecho hombre, es lo único que me
mueve en todo lo que voy a decir”. De esta manera se expresaba en el
año 1781 el autor ilustrado del número XLVI de El Censor.Hay diversas teorías sobre los autores de El Censor (1781-1787). Unos investigadores consideran a Luis María García del Cañuelo y Heredia y Luis Marcelino Pereira y Castrigo como hacedores de la publicación periódica. Sin embargo, otros los presentan como meros hombres de paja, que daban la cara pero detrás de ellos había otros literatos que escribían, y que, incluso, el rey Carlos III estaría a favor del periódico. Esto con permiso del gran experto que es Ángel Romera, que no sé si tiene postura al respecto.
Lo cierto es que mediante el uso de la sátira se criticaba la inutilidad de la nobleza, el fanatismo y el conservadurismo, la superstición y el culto falso, las ceremonias vanas y la liturgia superflua, la tremenda fuerza de la costumbre, la falta de espiritualidad del clero… La sátira se enconaba en el citado número al proponer que para conquistar Gibraltar sólo había que enviar a cinco mil soldados con un escapulario del Carmen al cuello: “Estoy harto de oír a los Predicadores, que las balas no hacen daño a los que los llevan, y no solo esto, sino que también lo he leído en un libro de letra de molde”. Una versión muy anterior del “detente bala”, que como compañía a la imagen del Corazón de Jesús portaban colgado al cuello soldados nacionalista en nuestra última guerra civil.
Viene a cuento el introito pues creo conocer el terreno que piso. No obstante, espero que las piedras no se levanten contra mi, aunque sólo sea por la sencilla razón de que ha llovido mucho desde la centuria Ilustrada y estamos ya en la segunda década del siglo XXI.
La decisión del ministro del Interior, responsable de la “imposición de la Medalla de Oro al Mérito Policial con carácter honorífico a favor de Nuestra Señora María Santísima del Amor”, es muy llamativa y típica de la España cañí. Seguro que Jorge Fernández Díaz, miembro del Opus Dei y protagonista del documental El colibrí, no esperaba la serie de consecuencias que ha tenido su empeño. Desde la fecha de la orden ministerial, 3 de febrero de 2014, se han sucedido las alternativas judiciales, que hace pocos días han llegado hasta el Tribunal Constitucional. Desde luego, el asunto tiene más que ver con la fe cristiana que con el mundo del Derecho y los argumentos que se esgrimen parecen más de tipo religioso que jurídico.
Por otra parte, ya se sabe que la brigada mediática conservadora y ultraderechista está dispuesta a disimular todo lo necesario con tal de defender lo establecido, que tanto les beneficia. Pero, como ocurre en otras ocasiones, fuera de España no pueden controlar a los medios. Por eso, asistimos a una serie de reacciones e informaciones que ridiculizan la decisión avalada por el religioso ministro.
Poco después de la concesión el británico The Guardian (29-4-2014) se hacía eco de la intensa polémica suscitada y de la demanda contra el Ministerio que dirige Jorge Fernández Díaz, presentada por las asociaciones Europa Laica y Movimiento hacia un Estado Laico (MHUEL), por reconocer una “figura religiosa, que no es persona ni por tanto tiene entidad jurídica, ni es ni puede ser sujeto de derechos ni obligaciones”.
Unos meses después The Wall Street Journal (7-10-2014) criticaba, con grandes dosis de ironía, la decisión del ministro con un artículo titulado “La virgen gana una medalla en España y provoca un pleito”. La autora, Olivia Crellin, llegaba a escribir con una buena dosis de sorna que “La última agraciada con la medalla de Oro al Mérito Policial en España nunca salió a patrullar ni hizo un arresto. De verdad, jamás se estremeció al enfrentarse cara a cara con el peligro. Pero todo ello porque no puede moverse”.
Más cerca en el tiempo, durante la pasada Semana Santa la radio francesa y también Le Monde pasaron por agua la pasión del ministro al criticar la concesión con el titular de “Medallas para las Vírgenes Españolas”. En el diario se hacía un repaso a las condecoraciones concedidas a imágenes religiosas en España y se recordaban los honores militares a los patrones y patronas de los diferentes ejércitos, “oficialmente reconocidos en la página web del Ministerio de Defensa”. Además la corresponsal del diario en Madrid indicaba que, según encuestas del CIS, a pesar de la tradición católica que caracteriza a España, sólo va a misa todos los domingos un 13 por ciento del 70 por ciento de ciudadanos que se declaran católicos.
Según la organización Europa Laica, hay en diferentes regiones y Ayuntamientos al menos 105 alcaldesas perpetuas, casi todas vírgenes; 15 alcaldes perpetuos, la mayoría cristos; 15 medallas de oro y algunos otros honores militares a entes religiosos de todo tipo. Eso en un Estado en el que, según el articulo 16 de la Constitución vigente, “Ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Y han sido concedidos durante el franquismo y por el PP, pero también por el PSOE, CDS, PA, PRC, UPyD e, incluso, por IU.
Será que sigue teniendo un punto de validez el pensamiento expresado por el autor de El Censor en el indicado número: “y que hay muchos que imaginan en las Imágenes un no sé que de divino, que independientemente del original que representan, y sin relación a él ninguna, atrae su veneración”.
Isidro Sánchez
Desde el revés de la inopia
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