miciudadreal - 10 junio, 2016 – 12:17
El día 15 de mayo de 1866 llega al mundo en la calle Azucena de
Ciudad Real un niño recibido con un bautismo en el que se le ponen los
nombre de Ángel María e Isidro, aunque será conocido como Ángel Andrade.
Se han cumplido, por tanto, 150 años hace escasas semanas.Discípulo de Joaquín María Herrer Rodríguez, catedrático del Instituto de Ciudad Real, en el año 1889 obtiene su primer premio por un cuadro al oleo presentado a la Exposición Provincial de Prensa Asociada, formada entonces por Diario de Ciudad Real, El Labriego, El Magisterio, El Manchego, El Noventa y Tres, La Crónica, La Enseñanza y La Provincia.
En 1890 la Diputación le concede una pensión de 2.000 pesetas para la realización de estudios de pintura en Roma, 3.000 en 1893, 3.000 en 1894 y 3.000 en 1895. Además, en esos años le compra diversos cuadros, en 1890 Un idilio, por 250 pesetas, en 1903 Retrato de Alfonso XIII (500) y en 1913 Retrato del General Aguilera (500).
Ciudad Real es, cuando Andrade marcha a Roma, una pequeña ciudad, con poco más de 14.000 habitantes, rodeada de murallas, con largas calles, algunas pequeñas fábricas de aguardiente, chocolate, curtidos, harina, jabón, ladrillos y un comercio poco importante, es decir, una típica economía de subsistencia. Funcionan en ese momento tres centros recreativos: Círculo de la Unión, Fomento Industrial y Casino de Ciudad Real, que tenía como presidente a Francisco Aguilera y Egea.
Andrade desarrolla su formación en Roma y Madrid, viaja por Italia, donde está dos años becado por la Diputación y cuatro por el Estado. Su idea del arte tiene que ver fundamentalmente con lo clásico y lo figurativo. Las vanguardias le producen rechazo y si se le pide opinión sobre el arte abstracto se enfada y a llega a decir “Yo cogía el puto cuadro y se lo metía por la cabeza al autor”. Coincide con la mayoría de la sociedad manchega, que se burla de movimientos artísticos como el futurismo o el cubismo que, como escribe un periodista en Vida Manchega, no inspiran seriedad ni parecen pinturas importantes y lo mejor que puede hacerse con ellas es renunciar a entenderlas.
A comienzos de siglo aprueba oposiciones de Instituto y marcha a Tarragona. Después, en 1906, llega a Badajoz, donde está poco tiempo, y a Toledo. Allí tiene varios encuentros con un joven Gabriel García Maroto que lo describe como muy ilustre manchego, con aspecto de burgués acomodado, sonrisa bonachona, “sinceridad de manchego de buena cepa” y gloria de Ciudad Real.
Y en diciembre de 1915, gracias a una permuta, Andrade llega por fin al Instituto de Ciudad Real. La ciudad tiene entonces cerca de 18.000 habitantes, que sienten el peso de la rutina y las complicaciones del día a día. El sobresalto llega con el aterrizaje de algún avión o con asesinatos como el del político y abogado republicano Heliodoro Peñasco en la carretera de Almodóvar a Argamasilla de Calatrava, que tanta conmoción crea, con su polémico y politizado proceso judicial. La ciudad sigue con los problemas de abastecimiento de agua, cuchichea en las bodas de “elegantes y distinguidas señoritas” con “dignos funcionarios”, se debate entre el Maura si y el Maura no o siente la intensa presencia del marqués de Treviño, que en ese tiempo reúne a los agricultores con el fin de crear un sindicato agrícola católico.
El ciclo de fiestas se inicia con la Navidad y sigue con Reyes, Carnavales, Semana Santa, Feria de Agosto (trasladada al Parque de Gasset en 1916, con el alcalde José Cruz Prado) y vuelta a empezar. Además están las fiestas de agricultores, abogados, periodistas, obreros… Los habitantes más “leídos” comentan el último artículos de Aviceo en El Pueblo Manchego, el periódico de los curas, o en Vida Manchega y forman comisiones para conmemorar el centenario de Santa Teresa o el de Cervantes. Los más informados se alegran de los éxitos que don Mónico, el inventor de Piedrabuena, tiene con su aparato Rayos X Sánchez y los más pudientes comentan el interés, todo un tres por ciento, que ofrece El Crédito Manchego por las cantidades depositadas en la entidad.
Y Andrade sigue su actividad. Además de las clases en el Instituto, en la primera mitad de 1916 pinta el techo para la escalera de Demetrio Ayala. Ese año se cruzan en la ciudad las trayectorias de Vázquez y Andrade, gracias a un homenaje del Ayuntamiento a propuesta de la Asociación de la Prensa. La muestra, con obras de los dos pintores, se puede ver en los salones de la Academia General de Enseñanza y es todo un acontecimiento. La ciudad conecta con los artistas, lejos de veleidades modernas.
A partir del homenaje, Andrade se encierra en Ciudad Real, se centra en sus pinturas y su docencia, aunque en 1920 da un giro y entra en la política local al ser elegido concejal por el distrito de Catedral. Los últimos años de su vida los pasa en su casa de la plazuela de la Merced, en la que conserva gran parte de su obra, y muere el 18 de noviembre de 1932. El director interino del Instituto da cuenta al Ministerio de su muerte por telegrama: “Tengo sentimiento de comunicar V E fallecimiento profesor numerario dibujo y laureado artista don Ángel Andrade Blázquez víctima larga enfermedad lo que a efectos del superior conocimiento de V E telegráficamente tengo el honor de participárselo”.
Isidro Sánchez
Desde el revés de la inopia
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