miciudadreal - 3 marzo, 2017 – 08:44
Susan George, estadounidense afincada en París y presidenta de honor de Attac, declara hace unas semanas que “Si impones el neoliberalismo 40 años, el resultado es Donald Trump” (Saltamos.net, 9.2.2017). Evidentemente, el neoliberalismo recibe críticas fundadas e importantes censuras, como responsable de pobreza y muertes en abundancia, pero la mayoría permanecen ocultas por los Grandes Medios de Propaganda y Persuasión (GMPP), expertos en mentiras y silencios mediáticos.
Sus detractores apenas aparecen en los artículos de los grandes diarios, las tertulias o los programas de radio o televisión. Esos espacios están casi copados por los economistas defensores de la radicalidad neoliberal y por muchos escritores y tertulianos paniaguados que sólo son la voz de su amo, aunque pretenden aparecer como modernos e independientes.
Eso es así en general y en concreto con el sumo pontífice, cuando pone en cuestión el capitalismo de pobreza, exclusión y muerte. El papa Francisco escribe en 2013 la exhortación apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo que vivimos. Y lo hace con una nítida reprobación del neoliberalismo y del capitalismo, aunque no los nombra ni una vez. Realiza una acerada crítica a la situación actual con un no a una economía de exclusión e inequidad, que mata, dentro de una competitividad extrema y de la ley del más fuerte, “donde el poderoso se come al más débil”. Así, afirma, grandes masas de la población se ven excluidas, marginadas, sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Incluso, se considera al ser humano “en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar”.
Pero es mejor que hable el santo padre: “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando”.
Las ganancias de unos pocos, como confirman todos los informes independientes, crecen de forma exponencial, mientras que las de la mayoría están cada vez más lejos del bienestar de esa “minoría feliz”. Esta situación proviene de “ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera”, por lo que niegan el derecho de control de los Estados, que deberían velar por el bien común. Y por si lo avanzado es poco, se suma en nuestro mundo una “corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales”.
Evidentemente, las observaciones del papa se hacen dentro de un contexto religioso y en esa línea, aparte de soluciones concretas que aporta, escribe lo siguiente: “¡Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo!
Tras documentos como el comentado no son extrañas las palabras del pontífice romano a los más de 200 participantes en el III Encuentro Mundial de Movimientos Populares, celebrado en Roma del 3 al 5 de noviembre pasado, reunidos para hablar de las tres T (Trabajo, Techo, Tierra) y que comentaba Ignacio Ramonet (Le Monde Diplomatique, nº 254, diciembre de 2016): ¡Rebelaos contra la tiranía del dinero!, ¡Sed solidarios!, ¡Revitalizad la democracia!, ¡Sed austeros! ¡Huyan de la corrupción! Y terminaba así “La corrupción, la soberbia, el exhibicionismo de los dirigentes aumenta el descreimiento colectivo, la sensación de desamparo y retroalimenta el mecanismo del miedo que sostiene este sistema inicuo”.
Claro que el romano pontífice procede de un continente donde el poder económico y militar asesina continuamente a personas de toda condición en México, elimina a representantes sindicales en Colombia, mata activistas medioambientales como la hondureña Berta Cáceres, elimina a miles de opositores como en la Argentina de Videla o el Chile de Pinochet, ajusticia a personas como el arzobispo Óscar Arnulfo Romero y Galdámez por defender los derechos humanos o, por citar un último ejemplo, acribilla a balazos a seis jesuitas y dos colaboradoras en la Universidad de San Salvador (UCA), entre ellos el jesuita vasco, nacionalizado salvadoreño, Ignacio Ellacuría Beascoechea.
Isidro Sánchez
Desde el revés de la inopia
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