miciudadreal - 25 octubre, 2019 – 09:30
Hay que partir de una idea previa. Sin un periodismo que controle al poder, independiente, libre y riguroso, resulta más complicado defender los derechos de las personas: atención social, educación, justicia, medio ambiente, sanidad, servicios públicos de calidad, trabajo o vivienda... Es decir, se puede afirmar que sin periodismo libre no hay verdadera democracia.
Por el contrario, esos GMPP, dependientes de los poderes económicos, están para tergiversar, mentir, lanzar medias verdades, ocultar, manipular, supeditar la información al espectáculo y, fundamentalmente, defender el capitalismo depredador y el sistema neoliberal. Y en estos días, condenar de manera selectiva la violencia e incitar a la crispación bajo el disfraz de periodismo.
Esos medios callan vergonzosamente ante el rescate de las autopistas (1.800 millones, aunque pueden ser 2.000), los bancos (60.600 millones de euros) o el Castor de Florentino (1.700 millones, que pagaremos los usuarios en la factura del gas). Y, sin embargo, consideran intolerable el coste económico de los disturbios en Cataluña, por ejemplo. Ya se sabe, su razón de ser es la defensa de sus amos, sus negocios y, sobre todo, sus imponentes beneficios.
Esos medios funcionan, si no estamos prevenidos, como decía Malcolm X, para conseguir que amemos al opresor y odiemos al oprimido. Desarrollan su labor para ocultar en la medida de lo posible los verdaderos problemas de las personas, aunque tengan que utilizar torticeramente enfrentamientos como el que ahora se intensifica entre nacionalismo españolista y nacionalismo catalanista; aunque para ello tengan que servirse vergonzosamente de la guerra de enseñas, como la que padecemos hace tiempo entre banderas borbónicas y esteladas. En España esos GMPP no informan sobre la utilización encubridora del enfrentamiento entre nacionalismos, que sí ponen de manifiesto frecuentemente medios del exterior. Por ejemplo, el sociólogo Carlos Desclós afirma en The Guardian (21.10.2019) que “La crisis en Cataluña es política, pero los nacionalistas de ambos lados prefieren explotar los enfrentamientos para su propio beneficio”.
En la naturaleza del poder está el deseo de dominar a los GMPP y en la del periodismo el intentar controlar al poder, que cada vez hace en menor medida. De manera que hoy en España la libertad de información está en grave riesgo, a la vez que hay una falta de credibilidad impresionante de esos medios. El autor entra de lleno en las múltiples miserias existentes en dichos medios, que los poderes económicos y políticos quieren controlar y utilizar para su beneficio propio. La mejor muestra de la situación en los GMPP y su confabulación con los poderes económicos es recordar algunos pasajes del libro.
El turnismo político es lo que tiene, cuando los partidos llegan al poder unos hacen criba y viceversa. Por ejemplo, la toma de posesión de los populares en 2011 comienza “como la de tantos otros gobiernos, de uno y otro bando, con una purga en los medios públicos”. Y, asimismo, Moncloa fuerza el despido de periodistas incómodos, utiliza la publicidad institucional para castigar a los desobedientes y controla por uno u otro medio las tertulias políticas.
Esos GMPP juegan un papel central en los enjuagues de la “policía clandestina de Villarejo”, como medios propagandísticos necesarios, que actúa “con impunidad bajo once ministros del Interior diferentes”. Entre los “clientes” que contratan los servicios del comisario en algún momento están “los tres principales bancos del país, Santander, Caixabank y BBVA, las grandes empresas energéticas, Repsol e Iberdrola”. O sea, la trama perfecta entre los poderes económico, mediático, político y policial.
En suma, el libro no tiene desperdicio y animo a su lectura pues permite apreciar la “calidad” democrática de España. Se puede citar un párrafo en esa línea: “El más poderoso entre los presidentes del IBEX era César Alierta. Había construido un formidable entramado de poder e influencia utilizando Telefónica, una de las grandes empresas del país, como su cortijo personal. Se podía caminar por los pasillos de las plantas nobles de su sede y ver en las puertas de los despachos los carteles con los nombres de sus colocados: exministros tanto del PP como del PSOE (Trinidad Jiménez o Eduardo Zaplana), familiares de dirigentes políticos (Iván Rosa Vallejo, marido de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría), cercanos a la realeza como el ex jefe de la Casa Real Fernando Almansa e incluso la realeza directamente. El cuñado del Rey, Iñaki Urdangarin, fue enviado por Alierta a Washington con un generoso sueldo en cuanto empezó a tener problemas con la justicia”.
Mientras tanto, los periodistas discuten en congresos, jornadas y reuniones la situación actual de la prensa, nada halagüeña. Y en algunos casos hasta descubren la pólvora como en el ciclo de conferencias de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) titulado Volver al periodismo, clave del futuro de la profesión (Madrid, octubre de 2017), financiado por el IBEX, por supuesto. Si se trata de retornar al periodismo y dejar la intensa persuasión quizá sea por la preponderancia actual en los GMPP de la propaganda y la ocultación en favor de los poderosos.
No obstante, algunos sectores de la profesión son críticos con la grave situación del periodismo y vuelven a hablar de cuestiones como la ética periodística. Como en la jornada celebrada en la Asociación de la Prensa de Madrid el pasado mes de junio, organizada por la FAPE y el Consell de la Informació de Catalunya (CIC): La ética periodística como respuesta al nuevo desorden informativo. Alguna de las conclusiones es interesante pues para solucionar los problemas lo primero es conocerlos: “La precariedad laboral, las presiones, la mercantilización y la búsqueda de la audiencia mediante el espectáculo amenazan la ética periodística”.
Isidro Sánchez
Desde el revés de la inopia
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