viernes, 27 de diciembre de 2019

80 años después (1)

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- 20 diciembre, 2019 – 08:35

En el año que ahora termina se cumplen ochenta años del fin de nuestra última guerra civil y del inicio del exilio republicano. Cerca de medio millón de españoles, que huyen de la represión y la muerte, se ven obligados a salir de España por luchar contra el fascismo y defender la democracia hasta las últimas consecuencias.
El éxodo está formado por arquitectos, científicos, cineastas, dramaturgos, escritores, escultores, fotógrafos, historiadores, juristas, literatos, músicos, pedagogos, pensadores, periodistas, políticos, profesores o, sencillamente, hombres y mujeres leales a la República. Este es, sin duda, uno de los acontecimientos más penoso de nuestra historia reciente.
Ediciones de 1937 y 1938
Con tal motivo, se realizan durante el año 2019 una serie de actividades promovidas por muy diversas asociaciones e instituciones: archivos, sociedades memorialistas, ayuntamientos, bibliotecas, centros de estudio, filmotecas, grupos de investigación, ministerios, partidos políticos, publicaciones periódicas o universidades (conferencias, ciclos, congresos, documentales, ediciones, exposiciones, homenajes, jornadas…) con las que se pretende desarrollar la investigación relacionada con muy diversos aspectos del exilio republicano, además de preservar y difundir sus legados y de la guerra.
1938
Ya conocemos las denigrantes e injuriosas fotografías que la propaganda franquista y neofranquista realizan de los republicanos. Pero esas imágenes tienen autores que las propagan a lomos del odio y la mentira. Se puede recordar una muestra con la visión que Enrique Suñer Ordóñez (1878-1941), médico, escritor y presidente del Tribunal Nacional de Responsabilidades Políticas, traza de los republicanos en el libro Los intelectuales y la tragedia española (1937), en el que se unen calumnias y simplezas para armar uno de los ataques más furibundos dirigido a la Institución Libre de Enseñanza, considerada por el catedrático de la Universidad de Madrid gran enemiga de la tradición y de España.
Este largo párrafo es una síntesis de su pensamiento al respecto: “La famosa libertad tan decantada por los demagogos, admiradores hipócritas, inconscientes o ignorantes de la Revolución francesa, no ha aparecido en ningún momento de la vida pública de estos hombres horrendos, verdaderamente demoníacos. Sádicos y vesánicos unidos a profesionales del hurto, de la estafa, del atraco a mano armada y del homicidio con alevosía, han ocupado carteras de Ministros, Subsecretarías, Consejos, Direcciones Generales y toda clase de puestos importantes. Dentro de este cuadro vergonzoso hemos contemplado en el agreste paisaje «jabalíes» y «ungulados» corriendo por el que fue Congreso de los Diputados, en busca de víctimas propiciatorias de sus colmilladas y de sus golpes de solípedos”. Patético.
1968
Muy diferente es la la mirada del escritor Max Aub Mohrenwitz (París, 1903 – Ciudad de México, 1972), cuando se refiere a ellos en su obra Campo de los almendros, cuya primera edición publica en el exilio mexicano y que el hispanista Ian Gibson considera la mejor novela del exilio español. Narra en ella el caos, el horror y el pánico de los últimos días de la Guerra Civil en Alicante y la tremenda represión de los días siguientes. El título está relacionado con una explanada junto a la ciudad de Alicante, con gran número de almendros, donde se improvisa un campo de concentración para encerrar a los republicanos capturados en el puerto.
El párrafo que sigue es sólo una muestra: “Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía en escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides”. Conmovedor.
1988
En el artículo de la semana pasada recordaba que en las primeras elecciones de la Segunda República celebradas en 1931, el 28 de junio y otros comicios parciales, son elegidas las tres primeras diputadas de la Historia de España, pues por primera vez ellas pueden presentarse como candidatas: Clara Campoamor Rodríguez (Madrid, 1888 – Lausana, 1972), Victoria Kent Siano (Málaga, 1891 – Nueva York, 1987) y Margarita Nelken Mansberger (Madrid, 1894 – Ciudad de México, 1968). Evidentemente, para evitar el holocausto, en expresión de Paul Preston (El holocausto español: Odio y exterminio en la Guerra Civil y después, 2011), las tres tienen que huir de su país y mueren en el exilio.
Pero, además de exilio exterior, en nuestro país hay otro interior, caracterizado por el forzado silencio. Suele definirse como la situación de aislamiento, exclusión y persecución vivida por intelectuales y escritores españoles próximos a la República que quedaron en el país durante la represión que siguió a la victoria de los sublevados en la Guerra civil española. Se puede ver el libro de Miguel Salabert titulado, precisamente, El exilio interior (1988), en el que habla de un “verdadero autismo social”.
Dionisio Ridruejo Jiménez (1912-1975), poeta y ensayista, se refiere al exilio externo y al interno al ocuparse de “La vida intelectual española en el primer decenio de la postguerra” (Triunfo, 16.6.1972). Respecto al segundo escribe lo siguiente: “Esto para los que quedaban o aparecían. ¿Pero cuántos quedaban? ¿Y cómo aparecían? Muertos, depurados, inhabilitados o voluntariamente inhibidos, quedaban fuera de campo quizá los dos tercios de nuestros universitarios, profesores de instituto, maestros, investigadores, profesores, escritores puros, divulgadores, traductores”.

Isidro Sánchez

Desde el revés de la inopia

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