viernes, 23 de octubre de 2015

Apuntes de historia: Auge y colapso de la Educación (1)

Inicio » Desde el revés de la inopia

- 23 octubre, 2015 – 13:40

En 2016 se cumplirán ochenta años del comienzo del levantamiento militar, que concluyó con la victoria en España del fascismo y el fin de la Segunda República. Asistiremos a múltiples conmemoraciones, pero ahora es oportuno recordar lo que llegó a España con aquel triunfo en el terreno de la educación, recordar un trozo de nuestra historia.
Es cierto que durante la República, denominada frecuentemente “de los maestros”, se juntó un pueblo que deseaba aprender y unos docentes que querían enseñar. Pero esa conjunción se vio favorecida gracias a la importante financiación aportada, a los propios enseñantes motivados y a los principios constitucionales, inspirados en ideas de la Institución Libre de Enseñanza y en la acción de un movimiento obrero clásico, que consideraba a la educación como elemento importante para la transformación social.
El artículo 48 de la Constitución de 1931 declaraba el servicio de la cultura como atribución esencial del Estado, que lo prestaría mediante instituciones educativas enlazadas por el sistema de la escuela unificada. En ella, la enseñanza primaria se contemplaba como gratuita, obligatoria, laica e inspirada en ideales de solidaridad humana. Además, se reconocía a las Iglesias el derecho, sujeto a inspección del Estado, a enseñar sus respectivas doctrinas en sus propios establecimientos.
Aquello era, además de otras transformaciones que figuraban en el texto constitucional para intentar resolver problemas de siglos, mucho más de lo que sectores terratenientes, conservadores, clericales y católicos podían aguantar. Se puede ver como ejemplo de esa resistencia el libro de Paul Preston, El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después (Barcelona, 2011).Y desde el primer momento de su existencia empezaron las conspiraciones y las acciones de desgaste contra la Segunda República, que fue ahogada, como la Primera, por las armas de militares golpistas, que no repararon en medios para acabar con lo que consideraban inadmisible.
Franco habló frecuentemente de delincuentes al referirse a los presos republicanos y llegaba a afirmar que su cifra impresionaba y su gravedad movía a meditación. Se pueden recordar sus palabras en una entrevista publicada en 1 de enero de 1939, en la que afirmaba que le interesaba “guardar la vida y redimir el espíritu de todos los españoles”, sobre todo de aquellos capaces de amar a la Patria, de trabajar y luchar por ella. Luego estaban los delincuentes, de dos tipos para él: los criminales empedernidos, sin posible redención, y los capaces de sincero arrepentimiento. Y decía tajantemente que los primeros no debían “retornar a la sociedad”, tenían que expiar sus culpas fuera de ella y sus seguidores ya sabían perfectamente lo que eso significaba. Para los segundos anunciaba, arropándose en un sentido cristiano, no “mazmorras lóbregas, sino lugares de tarea”, para redimirse, por supuesto (Manuel Aznar, “S. E. el Generalísimo habla a los españoles desde EL DIARIO VASCO. Entrevista con el jefe del Estado”, en El Diario Vasco, San Sebastián, 1-1-1939).

1939--Entrevista-(2)

El dictador se refería a los exiliados como “emigrados” y con división similar a la de los presos, establecía dos grupos. El primero estaba formado por los “jefes”, muchos de ellos docentes, responsables de la “catástrofe revolucionaria de España”, y el de los “autores de delitos de sangre, de robos, saqueos, asaltos, violaciones, etc., etc”, que tenían que renunciar necesariamente a vivir en sociedad con el resto de los españoles, igual que los “criminales empedernidos”. En cuando al segundo grupo, afirmaba, era el de los que fueron instrumento de aquellos, el de los engañados y envilecidos.
Decía Mauricio Rodríguez-Gastaminza que su abuelo fue fusilado por las tropas franquistas al llegar a Álava el 9 de agosto de 1936. Era maestro en Gordoa y la denuncia del cura de Salvatierra por rojo le llevó, sin juicio, a la muerte. No había cometido ningún delito, pero era igual, se trataba de un “peligroso” maestro (El Diarionorte.es, 29-9-2013). Bernardo Atxaga recogió los hechos en su libro El hijo del acordeonista, lo que hizo que la historia fuera conocida y no olvidada, como tantas otras en España. Y Mauricio llegaba a afirmar en la entrevista que “la Iglesia católica tenía más miedo de los maestros dedicados a sacar al pueblo de la ignorancia que de los milicianos que defendían con las armas la legalidad democrática. Para ellos eran mucho más peligrosos, por eso los curas del pueblo los señalaban y los fascistas los ejecutaban”.
Es sólo un ejemplo de la terrible represión que se ensañó con los maestros. El objetivo era claro. Se trataba de eliminar drásticamente, como afirmaba Sara Ramos Zamora en la Revista Complutense de Educación (2006), a los elementos que identificaban la escuela y los docentes con principios renovadores, tanto desde el punto de vista ideológico como pedagógico, para instaurar después una escuela basada en el nacional-catolicismo y unos maestros capaces de someterse en cuerpo y alma al nuevo Régimen.
Los efectos de la represión y la depuración sobre el Magisterio español durante el primer franquismo fueron trágicos y duraderos. La depuración afectó a todo el Magisterio, es verdad, aunque se eliminaron sus componentes más valiosos. La acción represiva se centró en el sector más dinámico, innovador, progresista y comprometido y su lugar fue ocupado en la escuela por miles de arribistas, excombatientes, excautivos, falangistas, mutilados de guerra, sacerdotes o familiares de “caídos por España”, personas, generalmente, de clara adhesión al Régimen dictatorial y muchas veces sin competencia profesional.

Isidro Sánchez

No hay comentarios:

Publicar un comentario