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miciudadreal - 31 diciembre, 2015 – 10:12
Tras el desengaño de la lotería se acerca el fin de año. Y llegan
las uvas con las campanadas. Es la tradición, se dice. Pero la tradición
tiene poco más de un siglo. Empezaron a ser uvas bienhechoras,
milagrosas, venturosas, de la buena dicha, de la suerte, de la
felicidad, de la prosperidad o de la fortuna.
Para pasar a ser poco a poco uvas tradicionales, de costumbre, de reglamento, de ritual… Doce uvas que simbolizan los doce meses del año. Doce uvas que muchas veces significan la felicidad por obligación dentro de la infelicidad.
Comer doce uvas el último día del año empezó a hacerse a finales del siglo XIX, coincidiendo con la guerra de Cuba, esa a la que sólo iban los pobres pues los ricos se libraban pagando una cantidad de dinero. Luis Taboada escribía en 1897 sobre “Las uvas milagrosas” (El Imparcial, 31-12-1897), cuando decía irónicamente que “para obtener la dicha durante un año entero es preciso comer doce uvas el 31 de diciembre, al sonar la primera campanada de las doce de la noche”. El bajo precio de las uvas permitía a todos los bolsillos probar suerte, aunque se fue observando que aun con las uvas la situación cambiaba poco. Lo que podía sobrevenir era un cólico al tomarlas. En cualquier caso, decía Taboada, se estaba desarrollando todo un ritual con muy diversas manifestaciones: sentados, con la cabeza inclinada hacia la derecha, de pie, mientras se daba una vuelta de vals, acompañadas con vino tinto, regadas con champagne, etcétera.
Hacia 1908 se discutía sobre el tema y algunos lo tomaban a chacota, a chanza y se burlaban de los tomantes, hablando de ellos como supersticiosos. Pero como decía Félix Mendez en Nuevo Mundo (2-1-1908), la cosa podía ser una superchería, una ridícula invención, acaso un invento con miras interesadas realizado por viticultores o viñatenientes –parece que en 1909 hubo un excedente de uva en Alicante y empezó a tomarse de forma masiva en el fin de ese año–, pero realmente no podía causar ningún trastorno serio, aparte de algún atragantamiento.
Parece que atendiendo al buenismo humano, a la sencillez de las personas, a la fe de muchos, se estaba consolidando una actividad que generaba muchos anhelos, buenos deseos y propiciaba confianza. Así lo anunciaba Jacinto Benevante en los Lunes de El Imparcial (6-1-1913), pues “doce uvas nos bastan para embriagarnos de ilusiones y de esperanzas”. Y así, tras el final de la Gran Guerra la cosa se había consolidado, según podía leerse en El Fígaro (1-1-1920): “De pocos años a esta parte existe en España la costumbre de tomar doce uvas a las respectivas campanadas de la medianoche. Observad el arraigo que dicha costumbre ha tomado. En los palcos de los teatros, en los hoteles, en las calles, a la intemperie, gente de toda clase y condición apresúrase a engullir los granos del fruto de las vides”.
Para los sectores católicos más recalcitrantes la costumbre, como todo lo malo después de la Revolución, venía del gran país vecino pues en España se copiaba “servilmente todo lo extranjero, y con preferencia lo francés, y no lo bueno precisamente, sino lo malo de Francia, como ese rito supersticioso y ridículo de las doce uvas” (La Lectura Dominical, 8-1-1916). Ya se sabe, la religión, demasiadas veces, como rémora social.
La glotona tarea se desarrollaba normalmente en la calle, bajo las campanadas de un reloj público, tras la compra de un cucurucho con las doce uvas, primero por una perra chica y años después por una perra gorda. Sólo las grandes casas, donde había grandes relojes, amparaban la última acción del año. Pero llegó la T.S.H. (Telegrafía sin hilos), como se decía en los comienzos de la radio y esta “abrevió y simplificó el rito de las uvas, lo hizo más sencillo y honesto, lo encerró en la intimidad del hogar, porque es la intimidad una de las virtudes que ha logrado imprimir la radio a todo espectáculo” (Ondas, 31-1-1926).
Y de la radio a la TV, que hoy manda en el espectáculo de las uvas. Y como todavía tenemos un gobierno conservador, la conservadora TVE ha tomado una conservadora medida para esta noche. Para el pan y circo, para la retransmisión de las doce campanadas desde la Puerta del Sol de Madrid, repetirán los vascos Ramón García y Anne Igartiburu. Y las demás cadenas, de la mano de la banca, como siempre, mostrarán la “grandeza” del momento y olvidarán los radicales problemas sociales. Para ello cuentan también con las delicias de Cristina Pedroche, Carlos Sobera, Andrea Ropero, Alberto Chicote, Adrián Rodríguez, Jesús Bonilla, “El Langui” y Dafne Fernández. Para los no creyentes, la TVE 2 ha preparado un magnífico especial de Cachitos de hierro y cromo. A disfrutarlo.
Isidro Sánchez
Apuntes de historia
Para pasar a ser poco a poco uvas tradicionales, de costumbre, de reglamento, de ritual… Doce uvas que simbolizan los doce meses del año. Doce uvas que muchas veces significan la felicidad por obligación dentro de la infelicidad.
Comer doce uvas el último día del año empezó a hacerse a finales del siglo XIX, coincidiendo con la guerra de Cuba, esa a la que sólo iban los pobres pues los ricos se libraban pagando una cantidad de dinero. Luis Taboada escribía en 1897 sobre “Las uvas milagrosas” (El Imparcial, 31-12-1897), cuando decía irónicamente que “para obtener la dicha durante un año entero es preciso comer doce uvas el 31 de diciembre, al sonar la primera campanada de las doce de la noche”. El bajo precio de las uvas permitía a todos los bolsillos probar suerte, aunque se fue observando que aun con las uvas la situación cambiaba poco. Lo que podía sobrevenir era un cólico al tomarlas. En cualquier caso, decía Taboada, se estaba desarrollando todo un ritual con muy diversas manifestaciones: sentados, con la cabeza inclinada hacia la derecha, de pie, mientras se daba una vuelta de vals, acompañadas con vino tinto, regadas con champagne, etcétera.
Hacia 1908 se discutía sobre el tema y algunos lo tomaban a chacota, a chanza y se burlaban de los tomantes, hablando de ellos como supersticiosos. Pero como decía Félix Mendez en Nuevo Mundo (2-1-1908), la cosa podía ser una superchería, una ridícula invención, acaso un invento con miras interesadas realizado por viticultores o viñatenientes –parece que en 1909 hubo un excedente de uva en Alicante y empezó a tomarse de forma masiva en el fin de ese año–, pero realmente no podía causar ningún trastorno serio, aparte de algún atragantamiento.
Parece que atendiendo al buenismo humano, a la sencillez de las personas, a la fe de muchos, se estaba consolidando una actividad que generaba muchos anhelos, buenos deseos y propiciaba confianza. Así lo anunciaba Jacinto Benevante en los Lunes de El Imparcial (6-1-1913), pues “doce uvas nos bastan para embriagarnos de ilusiones y de esperanzas”. Y así, tras el final de la Gran Guerra la cosa se había consolidado, según podía leerse en El Fígaro (1-1-1920): “De pocos años a esta parte existe en España la costumbre de tomar doce uvas a las respectivas campanadas de la medianoche. Observad el arraigo que dicha costumbre ha tomado. En los palcos de los teatros, en los hoteles, en las calles, a la intemperie, gente de toda clase y condición apresúrase a engullir los granos del fruto de las vides”.
Para los sectores católicos más recalcitrantes la costumbre, como todo lo malo después de la Revolución, venía del gran país vecino pues en España se copiaba “servilmente todo lo extranjero, y con preferencia lo francés, y no lo bueno precisamente, sino lo malo de Francia, como ese rito supersticioso y ridículo de las doce uvas” (La Lectura Dominical, 8-1-1916). Ya se sabe, la religión, demasiadas veces, como rémora social.
La glotona tarea se desarrollaba normalmente en la calle, bajo las campanadas de un reloj público, tras la compra de un cucurucho con las doce uvas, primero por una perra chica y años después por una perra gorda. Sólo las grandes casas, donde había grandes relojes, amparaban la última acción del año. Pero llegó la T.S.H. (Telegrafía sin hilos), como se decía en los comienzos de la radio y esta “abrevió y simplificó el rito de las uvas, lo hizo más sencillo y honesto, lo encerró en la intimidad del hogar, porque es la intimidad una de las virtudes que ha logrado imprimir la radio a todo espectáculo” (Ondas, 31-1-1926).
Y de la radio a la TV, que hoy manda en el espectáculo de las uvas. Y como todavía tenemos un gobierno conservador, la conservadora TVE ha tomado una conservadora medida para esta noche. Para el pan y circo, para la retransmisión de las doce campanadas desde la Puerta del Sol de Madrid, repetirán los vascos Ramón García y Anne Igartiburu. Y las demás cadenas, de la mano de la banca, como siempre, mostrarán la “grandeza” del momento y olvidarán los radicales problemas sociales. Para ello cuentan también con las delicias de Cristina Pedroche, Carlos Sobera, Andrea Ropero, Alberto Chicote, Adrián Rodríguez, Jesús Bonilla, “El Langui” y Dafne Fernández. Para los no creyentes, la TVE 2 ha preparado un magnífico especial de Cachitos de hierro y cromo. A disfrutarlo.
Isidro Sánchez
Apuntes de historia
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