Inicio » Desde el revés de la inopia
miciudadreal - 24 diciembre, 2015 – 09:39
Ya ha pasado el sorteo de la salud del 22 de diciembre. Ya se sabe,
como no toca casi nunca siempre queda la frase aquella de ¡la salud es
lo importante! En todos los sorteos es difícil obtener premio pero en el
de Navidad es mucho más. Según la estadística una probabilidad entre
100.000 (el número de bolas en el bombo de la lotería) de conseguir el
Gordo.
Decía el escritor y periodista José Selgas a mediados del siglo XIX que “Detrás de la guerra hay lo que detrás de una jugada de lotería; esto es, treinta mil que pierden y unos pocos que ganan”. Perfecto el diagnóstico, aunque hoy las cantidades apuntadas aparecen como ridículas.
Los españoles se gastaron en todos los juegos durante 2014, según estimaciones del Ministerio de Hacienda, un total de 30.052 millones de euros (lotería, ONCE, casinos, bingos, máquinas) y recibieron en premios 22.359 millones, que cotizaron los impuestos correspondientes. El resto, 7.693 millones, el 25 por ciento, volvió a los operadores. Además, en España hay otros muchos sorteos, rifas, loterías, tómbolas o juegos que mueven millones de euros en un continuo ir y venir de billetes, números, papeletas, bombos, cupones, boletos, quinielas…
En nuestro país hay un gran negocio de casinos, bingos, máquinas recreativas o juegos on-line, además de las loterías y apuestas del Estado y los diversos juegos de la ONCE. En general, las personas buscan premios, desean un golpe de buena suerte, quieren la fortuna del dinero fácil. Es decir, una alianza con el azar que les lleve a la abundancia. “¡Lotería! ¡Toros! Sangre y azar. Esto es España en su más profunda entraña milenaria”, escribía el falangista Ernesto Giménez Caballero en 1949.
Es España el país europeo que más gasta en juegos de azar y esa actitud hacia el juego ha sido analizada por diversos autores. El filósofo Gustavo Bueno (Ábaco, núms. 12-13, 1997), por ejemplo, considera a las loterías millonarias mecanismos muy populares para conseguir aleatoriamente destacar al beneficiado del promedio de sus conciudadanos. Ciertamente esta desigualdad azarosa no vulnera los principios de igualdad en las sociedades democráticas pero entonces no pueden denominarse, según Bueno, “democracias sociales”. Desde una perspectiva política, el pensador asturiano apunta la dificultad ética que la izquierda tendría para defender las loterías como redistribución de recursos comunes. Él lo resume como “una práctica irracional o como una regulación racional de la sinrazón; pues la igualdad de oportunidades de los jugadores –por lo demás utópica– está calculada precisamente en función de la desigualdad de los premios” (El Basilisco, núm. 17, 1994).
Todavía hoy es posible escuchar voces contra los juegos de azar en general, en el marco de una polémica que empezó hace más de dos siglos. Algunas lanzan un claro reproche moral que podría resumirse con el proverbio español “La mejor lotería es el trabajo y la economía”. En esa línea se situaba en los años veinte el miguelturreño Francisco Rivas Moreno con su libro El ahorro y la lotería (1925), gran abanderado del cooperativismo, al oponerse de forma rotunda a la renta de loterías por constituir un obstáculo para el incremento del ahorro y, por ello, al desarrollo de las instituciones de previsión, que él promovió incansablemente: “El premio mayor es el espejuelo con que el estado alucina a las pobres gentes, para que vayan a depositar en las arcas del Tesoro las modestas sumas que debían destinar al seguro de vida para la vejez o a la Caja de previsión”.
¿Y el futuro? Muchas personas no creen en el azar, en la casualidad pues para ellas todo se mueve por leyes precisas. Un cuento de Jorge Luis Borges, incluido en el libro Ficciones (1944) y titulado “La Lotería de Babilonia”, presentaba una lotería que, partiendo de la estructura habitual de este tipo de juego (premios sorteados entre compradores), evolucionaba hasta una situación en la que el destino de la gente era determinado por sorteo. El azar controlado por los poderosos (“La compañía”). Hasta que llegaba la revolución.
Isidro Sánchez
Apuntes de historia
Decía el escritor y periodista José Selgas a mediados del siglo XIX que “Detrás de la guerra hay lo que detrás de una jugada de lotería; esto es, treinta mil que pierden y unos pocos que ganan”. Perfecto el diagnóstico, aunque hoy las cantidades apuntadas aparecen como ridículas.
Los españoles se gastaron en todos los juegos durante 2014, según estimaciones del Ministerio de Hacienda, un total de 30.052 millones de euros (lotería, ONCE, casinos, bingos, máquinas) y recibieron en premios 22.359 millones, que cotizaron los impuestos correspondientes. El resto, 7.693 millones, el 25 por ciento, volvió a los operadores. Además, en España hay otros muchos sorteos, rifas, loterías, tómbolas o juegos que mueven millones de euros en un continuo ir y venir de billetes, números, papeletas, bombos, cupones, boletos, quinielas…
En nuestro país hay un gran negocio de casinos, bingos, máquinas recreativas o juegos on-line, además de las loterías y apuestas del Estado y los diversos juegos de la ONCE. En general, las personas buscan premios, desean un golpe de buena suerte, quieren la fortuna del dinero fácil. Es decir, una alianza con el azar que les lleve a la abundancia. “¡Lotería! ¡Toros! Sangre y azar. Esto es España en su más profunda entraña milenaria”, escribía el falangista Ernesto Giménez Caballero en 1949.
Es España el país europeo que más gasta en juegos de azar y esa actitud hacia el juego ha sido analizada por diversos autores. El filósofo Gustavo Bueno (Ábaco, núms. 12-13, 1997), por ejemplo, considera a las loterías millonarias mecanismos muy populares para conseguir aleatoriamente destacar al beneficiado del promedio de sus conciudadanos. Ciertamente esta desigualdad azarosa no vulnera los principios de igualdad en las sociedades democráticas pero entonces no pueden denominarse, según Bueno, “democracias sociales”. Desde una perspectiva política, el pensador asturiano apunta la dificultad ética que la izquierda tendría para defender las loterías como redistribución de recursos comunes. Él lo resume como “una práctica irracional o como una regulación racional de la sinrazón; pues la igualdad de oportunidades de los jugadores –por lo demás utópica– está calculada precisamente en función de la desigualdad de los premios” (El Basilisco, núm. 17, 1994).
Todavía hoy es posible escuchar voces contra los juegos de azar en general, en el marco de una polémica que empezó hace más de dos siglos. Algunas lanzan un claro reproche moral que podría resumirse con el proverbio español “La mejor lotería es el trabajo y la economía”. En esa línea se situaba en los años veinte el miguelturreño Francisco Rivas Moreno con su libro El ahorro y la lotería (1925), gran abanderado del cooperativismo, al oponerse de forma rotunda a la renta de loterías por constituir un obstáculo para el incremento del ahorro y, por ello, al desarrollo de las instituciones de previsión, que él promovió incansablemente: “El premio mayor es el espejuelo con que el estado alucina a las pobres gentes, para que vayan a depositar en las arcas del Tesoro las modestas sumas que debían destinar al seguro de vida para la vejez o a la Caja de previsión”.
¿Y el futuro? Muchas personas no creen en el azar, en la casualidad pues para ellas todo se mueve por leyes precisas. Un cuento de Jorge Luis Borges, incluido en el libro Ficciones (1944) y titulado “La Lotería de Babilonia”, presentaba una lotería que, partiendo de la estructura habitual de este tipo de juego (premios sorteados entre compradores), evolucionaba hasta una situación en la que el destino de la gente era determinado por sorteo. El azar controlado por los poderosos (“La compañía”). Hasta que llegaba la revolución.
Isidro Sánchez
Apuntes de historia
No hay comentarios:
Publicar un comentario