miciudadreal - 23 febrero, 2018 – 09:20
Recuerdo cuando hace ya muchos años enviábamos respetuosas cartas al presidente blanco de Sudáfrica pidiendo el fin del apartheid, cuando Nelson Mandela seguía encarcelado por su defensa de los derechos humanos, cuando los gobiernos europeos y estadounidense callaban ante la ignominia. Su lucha y la presión de la mayoría de la población terminó con aquel infame sistema político y le llevó a la presidencia de su país entre 1994 y 1999, convirtiéndose en el primer mandatario de raza negra en Sudáfrica y el primero elegido por sufragio universal.
Rememoro la magnífica película Invictus (2009), dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon. La historia, basada en hechos reales y en el libro El factor humano (2008), de John Carlin, trata el ambiente en Sudáfrica antes y durante la Copa Mundial de Rugby de 1994, organizada tras el desmantelamiento del sistema segregacionista imperante durante muchas décadas y el miedo existente ante la posible revancha de la mayoría de la población.
Poco tiempo después de su acceso al poder Mandela declaraba que “El racismo es un problema muy grave, porque no se basa en la lógica, sino en los prejuicios, en las emociones. No puedes derrotarlo con argumentos. Pero cualquier Gobierno que quiera acabar con el racismo tiene a su disposición recursos enormes para hacerlo” (El País, 8-10-1995).
Hoy, diversas formas de racismo ganan terreno en la egoísta Europa, como muestran los documentos de SOS Racismo en España. La Federación de Asociaciones de SOS Racismo publica desde 1995 informes anuales con el análisis de la situación del racismo y la xenofobia en España y en Europa. Gracias a ellos conocemos tipologías diferentes, así como los espacios donde se manifiesta: políticas de extranjería y asilo, ascenso de la ultraderecha, colectivos especialmente vulnerables (mujeres extranjeras, pueblo gitano, menores extranjeros no acompañados), convivencia y racismo social, discriminación en el acceso a los derechos laborales, sociales y políticos, abusos por parte de los cuerpos de seguridad, etcétera.
Hace unas semanas se ha presentado el correspondiente a 2017, con datos de 2016, en el que se analizan los 309 casos presentados en las Oficinas de Información y Denuncia (OID), distribuidas por seis de las ocho comunidades autónomas donde opera SOS Racismo (Aragon, Cataluña, Galicia, Gipuzkoa, Madrid y Navarra), correspondientes a diferentes tipos de exclusiones por motivos racistas: discriminación laboral, acceso a prestaciones públicas o conflictos vecinales.
La mayor parte de las denuncias que llegan a las OID en España están relacionadas con el racismo institucional (82) y con los conflictos y agresiones racistas (51). Siguen después problemas con la seguridad pública (46), discriminación laboral (40), denegación de acceso a servicios privados (40), denegación de acceso a prestaciones y servicios públicos (39) o casos relacionados con la extrema derecha o el discurso del odio (11).
A los gobernantes del partido de la corrupción, que tienen constantemente en la boca la Constitución para otros temas, estos problemas les preocupan poco, a pesar de que la mayoría de los casos son institucionales, un 26 por ciento. Son practicados por personas de distintas administraciones y principalmente tienen que ver con cuestiones como los trámites de extranjería o nacionalidad (83 por ciento del total en este grupo, con plazos de resolución que se dilatan hasta dos años, según se ha denunciado) o con el trato recibido por los inmigrantes en los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE).
En la presentación del informe, Mikel Mazkiaran, secretario general, ha indicado que son necesarias herramientas, que ahora no existen, para combatirlo en el espacio privado y una legislación concreta que proteja a las víctimas que sufren estos delitos (El Mundo, 15-9-2017). Por eso, desde SOS Racismo exigen a los grupos parlamentarios que alcancen un consenso para “aprobar una Ley Integral en materia de igualdad de trato y no discriminación”, según se recoge en el informe.
Es necesario que se produzcan acuerdos en esta materia y para eso se necesita responsabilidad y sensibilidad, además de no tapar los problemas que afectan a muchas personas con la guerra de banderas entre esteladas y borbónicas. Mazkiaran ha dicho que si no existen herramientas normativas destinadas a la prevención, “las actuaciones discriminatorias pueden desembocar en delitos más graves”.
Para terminar quiero evocar dos frases que invitan a una seria reflexión. Una de Nelson Mandela: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, su origen o su religión”. La otra de Herbert George Wells, escritor, historiador y filósofo británico: “Nuestra verdadera nacionalidad es la humanidad”.
Isidro Sánchez
Desde el revés de la inopia
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