miciudadreal - 7 diciembre, 2018 – 09:24
El ateneo era una de las fórmulas más antiguas de la sociabilidad por su origen clásico, concretamente de la civilización ateniense. Resulta llamativo, pero en el Diccionario de la Real Academia de 1726 no figura ateneo, como tampoco casino.
Su figura se recuperó con fuerza en el siglo XIX, a partir de la revolución burguesa, como ya vimos, cuando se extendieron con profusión por España con el objetivo de fomentar letras, ciencias y artes. Pero a fines del siglo XIX eran muy numerosos los de carácter obrero, con una función claramente educativa, aspecto que no recogía el Diccionario. Resultaban un peligro grave para los partidarios de la “única verdad”.
Años más tarde, en 1919, la RAE incorporaba, incluso en primer lugar, la labor formativa de los ateneos, carácter que conservaron durante la Restauración hasta la II República, principalmente dedicados a la educación de los trabajadores. De ahí precisamente que estas instituciones fueran más numerosas en zonas con mayor organización obrera como, por ejemplo, Cataluña. La Dictadura franquista, por el contrario, erradicó prácticamente su uso, seguramente por asimilarlo tanto a la ideología burguesa como proletaria.
Cuando todavía la represión era intensa, en 1948, en pleno nacionalcatolicismo, Antonio Tovar publicó una recopilación de textos de Marcelino Menéndez y Pelayo bajo el título de La conciencia española. Interesa ahora evocar un párrafo: “Ley forzosa del entendimiento humano en estado de salud es la intolerancia. Impónese la verdad con fuerza apodíctica a la inteligencia, y todo el que posee o cree poseer la verdad trata de derramarla, de imponerla a los demás hombres y de apartar las nieblas del error que les ofuscan. Y sucede, por la oculta relación y armonía que Dios puso entre nuestras facultades, que a esta intolerancia fatal del entendimiento sigue la intolerancia de la voluntad, y cuando ésta es firme y entera y no se ha extinguido o marchitado el aliento viril en los pueblos, éstos combaten por una idea, a la vez que con las armas del razonamiento y de la lógica, con la espada y con la hoguera”.
El análisis del gran escritor, defensor a ultranza de postulados católicos, sirve para entender la idea de única verdad y, en gran parte, la esencia del catolicismo hispano. En síntesis, puede afirmarse que importantes sectores católicos españoles durante el primer tercio del siglo XX, que fue cuando aquella se desarrolló con fuerza, pensaban que estaban en posesión de la verdad, de la única verdad, y eso posibilitaba su extensión a los demás, aunque fuera mediante el uso de coerción o fuerza.
Para la extensión de su verdad utilizaron, entre otros medios, la “buena prensa”, concepto diferente al de “prensa católica”, aunque a veces empleado de manera indistinta. Puede trazarse, de forma sencilla, una línea en la denominación, de manera que durante el siglo XIX se hablaba y escribía en general de prensa católica, hasta finales de la centuria cuando por influencia francesa empezó a utilizarse la expresión de “buena prensa”, por supuesto, en contraste con la mala, la demás.
Se entendía por “buena prensa” las publicaciones periódicas con el objetivo primordial de sostener, defender y propagar las buenas doctrinas, la única verdad, es decir, exclusivamente la católica, según muchos ideólogos y propagandistas eclesiásticos y ultraconservadores. El arzobispo de Sevilla, por ejemplo, la describía en 1900 como un programa “de lo que se puede y se debe hacer para cortar los vuelos a los periodistas malos y a los malos escritos”, así como el fomento de los “periódicos sanos y escritores provechosos”. Y describía a la prensa no católica como peste de la sociedad cristiana que al propagarse llena el aire de “nocivos miasmas, que todos respiran, multiplicándose de forma pavorosa” (Boletín Oficial del Arzobispado de Sevilla, 15-12-1900).
El obispo y político Antolín López Peláez, defensor a ultranza de los periódicos católicos y senador entre 1907 y 1918, presentaba así a la prensa que era preciso combatir: “puede siempre dar muerte, nunca empero podrá dar vida; corrompe pero no ilumina; quebranta las convicciones, nunca le será dado robustecer una sola; en todos tiempos ha sido y será inevitablemente veneno, jamás antídoto, pues no se ha visto aun ni se verá en tiempo alguno que el vulgo forme séquito al ingenio y al talento. El feliz suceso de un periódico ha sido siempre el premio de la estolidez y un ultraje hecho al buen seso” (La importancia de la prensa, 1907).
Las diferentes campañas dieron sus frutos poco a poco y las huestes católicas pasaron de la condena de la prensa durante la Revolución liberal a su utilización como importante arma propagandística. A fines del siglo XIX el periódico La Controversia (19.2.1891) publicaba una estadística de prensa católica según la cual había en España 259 publicaciones periódicas de dicho carácter. En 1908, según datos de la institución Ora et Labora, se publicaban 260, en 1910 un total de 400, en 1911 ascendían ya a 550 y en 1913 se reseñaban 750. Las presiones, acciones y actividades diversas de católicos y ultraconservadores daban sus frutos y los “buenos” periódicos defensores de la única verdad, con El Debate a la cabeza, aumentaban su número y mejoraban sus contenidos.
Es posible imaginar ese batallón propagandístico lanzado contra cualquier intento de modernización en España, durante la Restauración, la primera dictadura y la Segunda República. Finalmente llegó el triunfo ultranacionalista en la guerra de España y con Franco se extendió, a la fuerza, el reino de la única verdad, en el que algunos nostálgicos todavía andan instalados.
Hoy, además de un verdadero enjambre de emisoras de radio, televisiones, páginas digitales y publicaciones periódicas, la Iglesia cuenta con el canal TRECE, nacido en noviembre de 2010 para convertirse en la televisión de referencia de la comunidad católica española. Pero afortunadamente, en la actualidad, junto a una jerarquía católica anclada muchas veces en el pasado y a diversos grupos ultracatólicos, la sociedad española es más plural desde el punto de vista religioso, a pesar del hegemonismo de la religión católica.
Se desarrollan actividades de muy diferentes grupos religiosos y no religiosos. Según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas del mes de octubre de 2018, el 66,2 por ciento de los entrevistados (cerca de 3.000) se consideran católicos, el 2,8 creyentes de otras religiones, el 17,2 no creyentes, el 11,2 ateos y el 2,6 no sabe o no contesta. La aproximación de la encuesta a la realidad, verdadera tragedia para los defensores de la única verdad, es una radiante muestra de pluralidad religiosa, diversidad social y multiplicidad cultural.
Isidro Sánchez
Desde el revés de la inopia
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