miciudadreal - 30 noviembre, 2018 – 08:51
La época Contemporánea comienza en nuestro país, como se sabe, con una guerra, la de Independencia, y una Revolución, la liberal. Terminado el conflicto bélico, en 1814 se acabó por la vía expeditiva con todo lo que olía a liberalismo. Había vuelto a España Fernando VII, deseado Borbón, rey felón, personaje cruel, mentiroso, oportunista y tirano. Aquel que estaba tan cómodo como prisionero de Napoleón Bonaparte que, según Manuel P. Villatoro, llegó a gritar en su boda “«¡Viva el Emperador, nuestro Augusto soberano, viva la Emperatriz!», felicitó al galo por subir al trono de España a José Bonaparte y pidió al «Pequeño corso» ser su hijo adoptivo” (ABC, 20.4.2016).
El padre Agustín de Castro, chaquetero fraile que antes había dirigido sus alabanzas a la Constitución de 1812, colaboró de forma entusiasta en la limpieza y escribió en su periódico Atalaya de La Mancha en Madrid (2.7.1814) terribles palabras contra los liberales, contra los diferentes. Por ejemplo, estas: “Mirad, Señor, que mientras ellos se rehacen y multiplican con la impunidad, los buenos se desalientan y se entibian. Tres ó quatro mil enemigos de V. M. mandados los unos a una hoguera, y los otros a una isla incomunicable, en nada disminuyen el número de vuestros vasallos. Yo bien penetro que sus cómplices os dirán que si se fuese a castigar a todos los del partido, era menester castigar a muchos miles, y cubrir de luto y de amargura un sin número de familias; pero traed a la memoria cuántos millares más fue menester herir para arrojar de España a los moriscos y a los judíos, mucho menos perjudiciales que nuestros jacobinos, y con todo su expulsión se ejecutó, y desde entonces comenzamos a vivir felices y sin sustos”.
Es posible observar cómo para el monje Jerónimo el asesinato o expulsión de los diferentes era garantía de felicidad, actitud muy presente por desgracia en nuestra Historia Contemporánea. Evidentemente, es preciso indicarlo, no se trata de que el catolicismo sea un problema en sí mismo, ni entonces ni ahora. El inconveniente aparece cuando se trata de imponer a otras personas por diversos medios, entre ellos la fuerza, lo que muchos católicos consideran la “única verdad”. Por supuesto, la religión católica eso era para él, como ponía de manifiesto en la oración que dijo en la misa solemne de la jura de la Constitución política de la Nación española en Villanueva de los Infantes el 26 de julio de 1812: “Tu patria no tiene otra que la católica, apostólica, romana, única verdadera” (Gazeta de la Junta Superior de La Mancha, 1.8.1812)
Pero, en un largo, proceso, la Revolución liberal triunfó, aunque en permanente enfrentamiento durante el XIX con los sectores más conservadores y ultracatólicos. Por una parte el integrismo y por otra una Iglesia anclada en el antiliberalismo fueron elementos de constante oposición a un liberalismo que pasó de revolucionario a conservador cuando consiguió asentar su poder tras el Sexenio Revolucionario.
Una de las conquistas de la burguesía revolucionaria fue el ateneo, frente, o al lado, de las academias. El duque de Rivas, que pertenecía a casi todas las academias reales de su época, decía que el producto de las academias “fueron flores cultivadas con esmero en las cerradas estufas de un regio jardín, donde halagaban el olfato y la vista de los cortesanos”, mientras que el de los ateneos “han sido plantas lozanas y jugosas criadas al aire libre en los bosques de la Naturaleza, más que para recreo, para utilidad de los hombres”.
Como no podía ser de otra manera, a los ateneos les salieron detractores, sobre todo los portadores de la verdad única, sectores conservadores y la propia Iglesia católica. Por ejemplo, en 1884, año de la inauguración del edificio del Ateneo de Madrid, puesto en marcha en 1834 al amparo de los vientos liberales, La Ilustración Católica se refería de esta forma a la institución: “Verdadera olla de grillos y alacranes, donde por lo regular no se hace más que chillar en tonto o maldecir en impío”.
En la España contemporánea hay diferentes tipos de asociacionismo y sociabilidad. Se pueden recordar los siguientes, ordenados de forma alfabética: academia, agrupación, alianza, asamblea, asociación, ateneo, cámara, casino, centro, círculo, club, cofradía, colectividad, colegio, comité, confederación, consejo, cooperativa, corporación, entidad, federación, fomento, gabinete, gremio, grupo, hermandad, junta, liceo, liga, montepío, partido, peña, recreo, reunión, sindicato, sociedad, tertulia, unión o velada. Pero los más frecuentes fueron los casinos, “verdadero parlamento de la clase media” según recordaba el escritor republicano Félix Urabayen en su obra Toledo: piedad (1920), que contrastaban con las tabernas, “aljama verdadera de la clase obrera”.
Pero los sectores conservadores y representantes de la carcunda no cesaron de condenar la actividad de los ateneos, casinos y asociaciones similares. “Señoras y señores: por mí pueden levantarse e ir a decir vuestras tonterías a otro sitio. Yo no tengo ningún agradecimiento a que estéis oyéndome, ni voy a decir nada de que éste sea un público selecto ni mucho menos”. De esa provocadora manera, empezaba su conferencia en el Ateneo de Madrid César González-Ruano en el año 1922. El escritor llevaba el pelo muy largo, lucía un rubio producto del agua oxigenada y exhibía un chaleco amarillo. Quería “armar la gorda” pues consideraba que el Ateneo tenía “un extraño ambiente entre pedantón, golfo y político”(Memorias. Mi medio siglo se confiese a medias, 2004).
Luego vendrían falangismo y adhesión al caudillo, hechos que suelen ocultarse en sus biografías. Sería por aquello de que daba nombre desde 1975, el año de la muerte del dictador, al premio de periodismo de la Fundación Mapfre, aunque en 2014 la referencia al escritor desapareció. ¿Por qué? En un libro publicado por Rosa Sala Rose y Plàcid García-Planas (El marqués y la esvástica. César González-Ruano y los judíos en el París ocupado, 2014) se recordó su colaboracionismo con los nazis durante su estancia en París.
Isidro Sánchez
Desde el revés de la inopia
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