Hace algunas semanas traté el tema de mujeres disfrazadas
de hombres por razones muy diferentes. Recordaba que Concepción Arenal
asiste disfrazada de hombre y con el pelo cortado a las clases de la
Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid, hoy Universidad
Complutense. Pues bien, el pasado 31 de enero se han cumplido
doscientos años de su nacimiento y es pertinente evocar obra y
pensamiento, aunque sea con unas pinceladas.
Concepción
Arenal Ponte (El Ferrol, 1820 – Vigo, 1893) es, ante todo, una precursora: de
la lucha por la igualdad, del feminismo, del tratamiento de los presos y de
doctrinas sociológicas. Suya es la conocida frase “odia al delito y compadece
al delincuente” y tiene calles dedicadas en un gran número de poblaciones,
entre ellas Ciudad Real. Activista social, escritora, penalista y periodista,
su figura es biografiada recientemente por Anna Caballé (Concepción Arenal,
la caminante y su sombra, 2018), que recibe en 2019 el Premio Nacional de
Historia de España por esa obra.
En 1870
funda La Voz de la Caridad, revista quincenal de beneficencia y
establecimientos penales. Durante catorce años de vida desde sus páginas se
denuncian abusos e inmoralidades en hospicios y en cárceles. Crea también la
Constructora Benéfica, con el objeto de edificar viviendas para obreros y
colabora en la recién creada institución de la Cruz Roja. En 1869 la duquesa de
Medinaceli establece la rama femenina de la Cruz Roja y Concepción Arenal se
vuelca en su organización. Dirige, durante la tercera guerra carlista, el
Hospital de Sangre de Miranda de Ebro, donde se atiende a soldados de ambos
bandos.
Sus
escritos pioneros, sobre todo los dedicados a las mujeres, como La mujer del
porvenir (1869) o La mujer de su casa (1883), adquieren más
importancia si se rememora que en su época está muy extendida la visión que
muestra lo conocido como inferioridad orgánica de las facultades intelectuales
de la mujer, que sirve para justificar su inferioridad social. Las mujeres, en
cuanto a sus facultades intelectuales, son presentadas generalmente como
inferiores a los hombres. Y, ya se sabe, la idea propagada incesantemente por
parte de la Iglesia de su papel en la sociedad, enfatizado por el franquismo
durante tanto tiempo, como “ángel del hogar”.
Por
ejemplo, M. Cacheiro Cardama comenta el libro La mujer del porvenir y
expresa a las claras ese pensamiento: “por
disposición divina, tienen como misión principal en la sociedad el
atender á las necesidades todas de la familia y al buen régimen doméstico, cual
corresponde á excelentes madres y cristianas esposas, procurando con cuidado
sumo cumplir los deberes que ambos conceptos abrazan” (Galicia,
septiembre de 1887).
Desde
luego, Concepción Arenal combate esas ideas y hace afirmaciones entonces poco
valoradas y en muchas ocasiones menospreciadas, pues se consideran resultado de
necedad o locura. En La mujer del porvenir escribe, además de pedir para
las féminas todos los derechos civiles, “Que la mujer puede ejercer todas las
profesiones y oficios para que no se necesite mucha fuerza física ni sea un
obstáculo la ternura de su corazón, ni tengan algo que repugne á su natural
benigno”. Y expresa también “Que la mujer educada será más dulce, más benévola,
porque la educación suaviza el carácter hasta de los irracionales”, “Que no hay
incompatibilidad entre el cultivo de la inteligencia y los quehaceres
domésticos” o “Que los hijos, en vez de perder, ganarán, cuando la madre pueda
ejercer una profesión ú oficio lucrativo”.
En La
mujer de su casa, obra en la que rectifica y corrige La mujer del
porvenir, editada trece años antes, realiza también interesantes añadidos.
Afirma que “la mujer de su casa” es un ideal erróneo, pues señala el bien donde no está. Se corresponde con un concepto
equivocado de la perfección, que es para todos progreso y que se pretende sea
para ella inmovilidad.
Su labor intelectual, como ocurre en otros casos, es más reconocida
fuera de España que en su propio país. Por ejemplo, a pesar del apoyo de
importantes personajes, no es admitida en la Real Academia de Ciencias
Morales y Políticas. Tampoco se reconoce en toda su extensión la gran
preocupación por los más desfavorecidos, a pesar de que preside su
experiencia vital, como se manifiesta en su revista (La Voz de la Caridad,
15.3.1870). Allí se afirma que los desdichados son criaturas que
sufren, no armas de ataque ni defensa –muchos políticos actuales pueden
aplicarse el cuento–. Y los mismos que hacen la revista dicen que no
tienen tan duro su corazón, ni tan baja su alma, para tratar de explotar
el dolor del que sufre en favor de su escuela o su partido. Ese dolor,
se concluye, a ninguno pertenece de forma exclusiva, “es patrimonio de
la humanidad, y en nombre de ella hemos de hablar; no en el de las
pasiones políticas”.
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